jueves, 30 de abril de 2009

LA X EN LA FRENTE
Moisés MOLINA

PARTICIPACIÓN CIUDADANA Y DESARROLLO DEMOCRÁTICO (I DE IV PARTES)

INTRODUCCIÓN

Pareciera ocioso abordar el tema de la participación ciudadana. Una buena cantidad de estudios de ciencia política tienen que ver con este tema que ha cobrado mayor relevancia en los últimos años. Desde que el concepto de sociedad civil cobró vigor en el último cuarto del siglo XX, todo lo relacionado con la participación de los ciudadanos en todos los ámbitos sociales, incluido el democrático, corrió la misma suerte.

En este ensayo, se pretende abordar la participación ciudadana en una doble óptica: como origen de la democracia representativa primero, y como destino de ella, después. Partiremos de la hipótesis de que una mayor participación de la ciudadanía fortalece en la misma cuantía la democracia representativa en México. Y es que al tener este tipo de democracia su sustento en los procesos electorales, la participación de los ciudadanos en los comicios se convierte en requisito indispensable para su funcionamiento.

Las últimas elecciones federales y locales han mostrado índices significativos de abstencionismo que conllevan otra problemática: restan calidad a la vida democrática. Las motivaciones que han alejado paulatinamente a los ciudadanos de las urnas son diversas: han perdido la fe en los partidos, sienten que su voto no se respeta, creen que todo seguirá igual, opinan que los diputados, por ejemplo, no sirven para nada, entre otras que no indican otra cosa que el alejamiento de la ciudadanía de aquello que le debía ser connatural: la política.

Pero a esto se aúna la escasa participación de la ciudadanía fuera del acto de votar. Sufragar para elegir a nuestros representantes es solo una parte de la participación; incidir individual o grupalmente en otros órdenes de la vida colectiva implica otra parte no menos importante de la participación ciudadana. La democracia no se construye solo votando en las elecciones, se configura participando sistemáticamente para activar a otros ciudadanos y a los representantes mismos.

La participación ciudadana como destino de la democracia representativa habría de representar un control eficaz para los actos de autoridad y al mismo tiempo una buena base de legitimidad para sus decisiones. La plena participación ciudadana está llamada a ser el único detonante para devolver a los ciudadanos esa naturaleza perdida. La naturaleza del aristotélico “zoon politikon”.


CAPÍTULO I. MARCO TEÓRICO.

La teoría del contrato social nos proporciona una buena base para abordar la cuestión de la participación ciudadana como fuente de legitimidad de la clase gobernante. Contario a la tesis del “estado de naturaleza” que preconiza la preeminencia del hombre aislado, “el contrato social” defiende la necesidad de los seres humanos de asociarse con otros y darse reglas para fundar un ente superior. Las personas convienen en la cesión de parte de su libertad en aras del bien de la colectividad y es así que se dan normas de derecho y dan origen a sociedades civiles. En el estado de naturaleza, los hombres constituyen una especie de comunidad natural bajo el imperio de la ley de la naturaleza; lo que el pacto social propicia es que los derechos y los deberes de los hombres en ese estado de naturaleza, no sean inciertos en cuanto a sus límites ni en cuanto a su aplicación.

“… por lo tanto hay que fundar un poder político que sea instrumento de su efectividad y esto se traduce en un contrato en el que cada individuo se compromete con todos los demás a formar un cuerpo que se encargue de garantizar la aplicación de los derechos que la naturaleza nos da.”.

El contrato social es entonces el origen de –entre muchas otras cosas- nuestros regímenes democráticos. Entre las reglas que los seres humanos se imponen para una mejor convivencia, descollan aquellas que definen y organizan los procedimientos para elegir a quienes habrán de tomar las decisiones a nombre de la colectividad. Dejan de ser, la sangre o un designio divino, determinantes para el ejercicio del poder. Los hombres se regalan democracia en su connotación formal. Se dan una democracia con adjetivo: una democracia procedimental. Es Norberto Bobbio quien nos regaló la definición “mínima” de democracia al decir que la democracia es un conjunto de reglas (primarias y fundamentales) que establecen quién está autorizado a tomar las decisiones colectivas y con cuáles procedimientos. Para Bobbio la democracia es un

“método o un conjunto de reglas de procedimiento para la constitución del gobierno y para la formación de las decisiones políticas (es decir de las decisiones vinculatorias para toda la sociedad)”.

Lorenzo Córdova Vianello explica en interesante ensayo la manera en que la regla de la mayoría es producto acabado del pacto social originario.

“Se trata de una serie de directrices que tienen que ver con las competencias y con los procedimientos establecidos para determinar la voluntad colectiva, que se traducen en la adopción de los principiuos del sufragio universal, o sea, de un otorgamiento del derecho-poder de decisión al mayor número posible de individuos y de la regla de la mayoría como instrumento para decidir.”


1.1 Participación. Una aproximación.
El de participación, es un concepto muy extenso al que difícilmente se pueden poner linderos. Algunas aproximaciones se pueden establecer, sin embargo. Participar significa en principio “tomar parte”, ser parte de algo, compartir. Es en esa tesitura que la participación solo se concibe en razón de una colectividad: la participación es, dice Mauricio Merino, “un acto social”. Todo en la vida es participación. El no participar implica, inclusive, una toma de decisión. El que se abstiene, participa decidiendo no participar.
Tan extensa es la connotación del vocablo que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española ofrece cinco acepciones: “Tomar parte en algo; recibir una parte de algo; Compartir, tener las mismas opiniones o ideas que otra persona; tener parte en una sociedad o negocio; y dar parte, noticiar, comunicar” . Manuel Ignacio Martínez resume en una frase a la participación ciudadana como elemento vigorizante de la democracia al decir que es “el eje de vinculación entre la sociedad y el desempeño de su estado”.

De la eficacia de este polivalente concepto depende la calidad de nuestra democracia y por extensión, la calidad de nuestras vidas, así como nuestras valoraciones respecto de lo público, de nuestros gobiernos y nuestros actores colectivos. Determinada por el ambiente y el propio individuo, la participación debe ser algo a replantear para las nuevas generaciones, en un mundo cada vez más demandante y de sociedades más complejas, donde demostrado ha quedado que los gobiernos por si solos son insuficientes y necesitan cada vez con mayor énfasis de la población – y entre ella, la ciudadanía- como aliada para superar con menos dificultad la problemática cotidiana.

1.2. Ciudadanía.

Delimitar el concepto de ciudadano resulta cuestión más sencilla. Partiendo de lo que el diccionario dice, podemos delimitar, lo que para efectos del presente ensayo debemos entender por tal vocablo. La acepción más aproximada a nuestros fines es aquella que define al ciudadano como el “habitante de las ciudades antiguas o Estados modernos como sujeto de derechos políticos y que interviene, ejercitándolos, en el gobierno del país”. Pero la definición que necesitamos a la luz del concepto de democracia representativa, la da nuestra constitución. Y es que es ahí donde encontramos el fundamento del sufragio como el único derecho que es a la vez una obligación reservado exclusivamente a los ciudadanos. El artículo 34 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos estipula que

“Son ciudadanos de la República los varones y mujeres que, teniendo la calidad de mexicanos, reúnan, además, los siguientes requisitos: I. Haber cumplido dieciocho años; y II. Tener un modo honesto de vivir” .

Del universo de habitantes de una comunidad política, son solo quienes cumplen esta condición, los llamados a la construcción de la realidad social por vía de la participación en el acto y aún después de emitir el voto.