sábado, 13 de abril de 2013

¿POR QUÉ EN EL PRI ESTAMOS COMO ESTAMOS?



Triste que la unidad en el PRI se haya perdido con la pérdida del gobierno en Oaxaca. La vida partidista había tenido siempre un solo factor de cohesión, uno solo: el gobernador priista del estado, tuviéramos o no Presidente de la República priista.


Cuando el Presidente era -como ahora- priista, el gobernador se erigía en su vicario, un administrador de las decisiones políticas que tenían su vértice en los despachos presidenciales; y cuando no lo había, como auténticos virreyes, los mandatarios locales priistas, asumían el monopolio de las decisiones político-partidistas en relación con el PRI.


Cuando Gabino Cué asumió el cargo, al PRI oaxaqueño le pasó lo peor que le puede pasar a un partido. Se quedó en la orfandad. Sin Presidente ni gobernador priista, se reconoció en su verdadera naturaleza: la de un partido disperso, desordenado, indisciplinado y profundamente antidemocrático. Pasó a evidenciarlo de la noche a la mañana, porque de la noche a la mañana se quedó sin gobernador, sin líder. Esto pasa cuando el liderazgo se hace descansar en el poder y no en el carisma, en la razón del convencimiento.


Frente a la voz del gobernador priista, siempre habían muchos susurros priistas divergentes. Opiniones contrarias que se reservaban al espacio privado, pero sin consecuencias siquiera mínimas. El gobernador siempre imponía sus decisiones y la disciplina partidaria terminó por confundirse con la incontestabilidad a las decisiones del único que mandaba.
Nunca había debate, confrontación de ideas ni proyectos, contraste de visiones que es la base de la democracia. Siempre una profunda intolerancia, un monólogo donde el gobernador proponía y disponía, solo aconsejado (bien o mal) por unos pocos que, en el último sexenio priista en Oaxaca, fueron estigmatizados como “la burbuja”.


Pero no pasaba nada. El priismo vivía cómodo, conforme. Una de las principales reglas no escritas era el exilio del gobernador saliente, para que el entrante ejerciera absolutamente el poder dentro de las estructuras del partido. Se conservaban los equilibrios. La clase política oaxaqueña, solo sufría reacomodos, en muy pocas ocasiones, “despidos” o “jubilaciones” lo mismo en el nivel municipal.


A mi generación le ha tocado vivir la peor etapa del PRI oaxaqueño. Los excesos que con gloria cuentan los apologetas del pasado, son para nosotros referencias difíciles de comprender. EL PRI de Echeverría, de Díaz Ordaz, de López Portillo que con tanta gloria recuerdan algunos, para nosotros es historia, casi mito. No los vivimos y nos cuesta creerlo.


Nos cuesta trabajo creer que alguna vez el PRI fue un paraíso para sus militantes. Una agencia de colocaciones donde, con muchos menos méritos que ahora, se abrían aunque fuera por concesión graciosa y con el solo criterio de la simpatía, las puertas de los cargos de representación popular y de gobierno a jóvenes que en el pasado reciente han sido gobernadores y parlamentarios de carrera.


A mi generación le está tocando caminar sobre los escombros de un PRI que nosotros no destruimos; pagando culpas que no nos corresponden; asumiendo responsabilidades producto de las decisiones y las prácticas de la generación que no se quiere acabar de ir. Cada vez son menos los jóvenes que quieren ser priistas y cada vez más quienes caminar por la acera de enfrente de la política. Y los pocos que ingresan, lo hacen bajo criterios de interés y egoísmo. Hace mucho que dejó de pensarse a la política como oportunidad para el servicio. Se entra a la política y al PRI para ser diputado o presidente municipal o regidor o funcionario. Se busca hoy un tesoro debajo de los escombros. No es menester volver a poner en pie la casa; basta con hacer un lado los escombros que ocultan los tesoros.


Los procesos internos son esto precisamente. En su conducción no cambia, sino una cosa: que no tenemos gobernador. Corrimos ese riesgo y estamos pagando las consecuencias de atar a un cargo todo el liderazgo. No hay cargo y no hay poder humano que ponga orden. Todos los aspirantes a un cargo (hoy a diputados y presidentes municipales) remueven el cascajo buscando el tan anhelado tesoro de la candidatura y cuando alguien lo encuentra, recibe el recelo y hasta deseo de fracaso por parte de los demás. Dejan las ruinas de lo que fue una casa, exactamente como estaban y la abandonan para no seguirse ensuciando.


Unidad, no se puede pedir. No de la noche a la mañana. Todos quienes se inconforman tienen sus razones. Sean válidas o no, son respetables. Todos quienes compiten se sienten con merecimientos. Quienes pierden se sienten agraviados; quienes ganan quedan en zozobra y frustración por no poder concitar el apoyo sincero y decidido de sus competidores.
Al final, no se piensa en el partido. El PRI ha devenido en una entelequia, en un mero apelativo útil solo para periodistas y opinólogos. La palabra “PRI” le dice más y le representa más utilidad a nuestros detractores que a los priistas. Sin una figura investida de poder que contenga las inconformidades, el PRI se ha convertido en muro de lamentos donde cada quien tiene sus propios culpables.


No es una casualidad que los procesos internos del PRI para elegir candidatos sean los que más expectativa despierten. El PRI es el único partido que tiene una amplia base de ciudadanos conscientes –cada quien a su modo- de su “militancia”. Hoy no hay quien coarte aspiraciones. Pudo inscribirse al proceso interno quien quiso. Se dejó suelto; se repartieron llaves para los “candados”. No hay partido, por mucho, que haya registrado un número de precandidatos como los que registró el PRI. En ese rubro, la coalición no nos gana.


¿Cuál es el resultado? La candidatura ya parece una victoria, cuando no se trata de tener candidatos, sino de tener diputados y presidentes municipales. Ello no lo ven así algunos y algunas que se sienten satisfechos y satisfechas, al extremo del pensamiento en voz alta, con haber “ganado” la candidatura.


¿Cómo llegará el PRI al 7 de julio? No lo sabemos, pero todos deben hacer un examen de conciencia comenzando por todos los que compitieron en el proceso interno. Deben cuestionarse profundamente sobre las razones que les están llevando a apoyar a candidatos contrarios o a la inacción.


La competencia apenas viene. Los candidatos no son triunfadores. No han ganado absolutamente nada. Más aún cuando se tiene, como está visto con las grabaciones recientemente filtradas, al aparato gubernamental haciendo lo suyo.


Si la principal competencia en el PRI sigue siendo contra sí mismo, afuera habrá muy pocas posibilidades de triunfo. Con nuestro pobrísimo nivel de cultura política y nuestro desproporcionado egoísmo las competencias entre hermanos, no pueden traernos más que agravios. Perdedores que no saben perder, en buena medida porque los ganadores no saben ganar.