Pareciera que los oaxaqueños no solo nos acostumbramos, sino poco a poco nos “adaptamos” a las aberraciones que casi a diario suceden en Oaxaca. Creo que eso es lo más preocupante entre todo lo preocupante de nuestra realidad.
Mientras veo las fotografías de mi amigo Jorge Luis Plata ya no me pregunto hasta dónde hemos llegado, sino hacia dónde vamos como sociedad. Con una sonrisa que solo puede dibujar la satisfacción, una mujer aprisiona contra su pecho dos botes de aceite y uno de aditivo para carro mientras se retira en actitud triunfal. La escena corresponde al saqueo –no podemos usar otro término- de los anaqueles de la gasolinera de Cinco Señores en la capital de Oaxaca, en el marco de una jornada más de “activismo” magisterial.
Un joven (aunque no se deja ver el rostro, se percibe por su vestimenta) extrae más producto de la rejilla de los aceites para llevárselo o para repartir, mientras en el fondo otra mujer, también sonriente, observa el entorno de la escena.
Es la escena de un robo. Más allá de las leyes, de los tipos penales, todos sabemos lo que es un robo y es lo que la fotografía que describo exhibe.
¿Cómo justificar un robo? ¿Es que el magisterio pretende erigirse en un Robin Hood colectivo quitándole a los “ricos” para entregarle a los “pobres”? Si es así, que se preparen todos. Si ya pasó en oficinas, en casetas de cobro y en gasolineras, mañana pueden ser otras empresas o comercios y pasado mañana la casa de cualquiera.
¿De quién es la culpa de acciones como esta? ¿Del magisterio que violenta? ¿Del gobierno que tolera? ¿De los ciudadanos que hicieron fila para que les cargaran su tanque o les dieran aditivos o lubricantes? En esa escena hay delincuentes y cómplices. Hay quienes violan la ley por acción y fuera de la foto, dando declaraciones, quienes la violan por omisión.
Y hay cómplices que reciben, sonriendo triunfales, parte de lo robado.
Abroguemos entonces todas las leyes; las que castigan a los delincuentes, así como las que obligan a la autoridad a proteger a los gobernados en su patrimonio y a mantener el orden social. Que nuestros gobernantes envíen iniciativas al congreso para que la parte dogmática de nuestras constituciones – aquella que consagra las garantías individuales- y los códigos penales desaparezcan de nuestro sistema jurídico.
La realidad es que en Oaxaca vivimos una hipocresía institucional. Nuestra ciudad se ha convertido en una necrópolis de leyes insepultas. Hay hedor por todas partes y para el gobierno del estado la solución es el aromatizante de los pretextos y las falacias. Eufemismos por aquí, eufemismos por allá.
Y en medio, una sociedad irreflexiva, sonámbula, distante, más que dispuesta a sacar provecho de la inmediatez. Era fiesta lo que debía ser un funeral. La conciencia cívica se vendía a cambio de unos botes de “mexlub”.
No es un gobierno tibio, es un gobierno con rigor mortis; no es un gobierno al que le tiembla la mano, es un gobierno al que no le faltan ya solo los pies, sino también las manos. El gobierno no tan solo no camina administrativamente, sino que tampoco aplica la ley. El gobernante de la coalición, con la izquierda se toma la cintura y con la derecha se rasca la cabeza. Que envíe entonces también una iniciativa al congreso para que sus funciones constitucionales se reduzcan a eso… y todos contentos.
Mezquinamente, la clase gobernante está pensando en sí misma y no en las instituciones cuya investidura representa. No piensan en Oaxaca, les obsesiona el costo político. Apuestan al perdón y al olvido. Total, a la hora de las elecciones es borrón y cuenta nueva. Hoy, la sección 22 repartió gasolina y aceite; en el proceso electoral el gobierno repartirá cemento, varilla, lámina, tinacos y dinero en efectivo que es hasta ahora fórmula infalible. En el inter, que Oaxaca se joda, que el tejido social se siga desgarrando, que la cultura cívica permanezca en los libros de texto, que el alto honor de servir a Oaxaca desde el gobierno se quede en la versión estenográfica del discurso de toma de protesta.
Oaxaca hoy llora… una vez más.
viernes, 15 de agosto de 2014
domingo, 10 de agosto de 2014
¿AÚN CREES EN EL CAMBIO?
Agosto es el mes de las y los jóvenes. Desde el año 2000 y a sugerencia de la Conferencia Mundial de Ministros de la Juventud, celebrada en Lisboa entre el 1998, se celebra cada 12 de agosto el Día Internacional de la Juventud, por resolución del Consejo General de la ONU.
Si es relativamente reciente la preocupación oficial por “celebrar” a la juventud, no sabemos cuánto tiempo habrá de pasar antes de las y los jóvenes sean, con toda seriedad, tomados en cuenta como actores en sus sociedades.
Los jóvenes siguen siendo, para efectos prácticos, un grupo vulnerable incapaz de valerse por sí mismo. Siguen padeciendo la acción de otros; continúan sufriendo las decisiones de otros. Su vida sigue siendo definida en ámbitos donde los jóvenes aún no tienen cabida real y los sinceros pero aislados esfuerzos de organización y opinión son a todas luces gotas en el océano de la adultez.
Hay una perversa visión que impera en nuestra vida cotidiana y los jóvenes siguen siendo niños o discapacitados sociales y políticos. Lo que el joven tiene que decir cobra relevancia solo cuando “cuadra” en la lógica del adulto; lo que el joven quiere hacer es válido solamente si “encaja” en la agenda del mundo de la adultez.
El problema es que los jóvenes siguen pidiendo o en el mejor de los casos exigiendo voz, espacios, atención, participación, “un chance” en el mundo de los adultos. Ahí radica el problema: no se debiera pedir lo que bien se puede tomar.
Con el peso poblacional de la juventud en pleno año 2014 y más allá, con la histórica proporción de jóvenes que hoy pueden votar en países como México, resulta irónico entender que el accionar de este grupo de edad se reduzca a pedir, incluso a exigir.
El joven no termina de afianzarse como agente transformador teniendo todas las condiciones y legitimidad para hacerlo.
Comparto algunas cifras reveladoras: de casi 86 millones de mexicanos con credencial para votar en el bolsillo, 35 millones y medio tienen entre 18 y 34 años.
El 41 por ciento de la lista nominal (4 de cada diez mexicanos listos para emitir su voto) son jóvenes en espera de “un chance”. ¿Cuándo llegará esa oportunidad? El día en que este grupo sufragista esté suficientemente representado en los gobiernos y en los congresos y eso no pasará mientras la noción de acción siga siendo mal entendida.
Y hay más: los tres grupos de edad más numerosos del electorado, según cifras del INE (http://www.ine.mx/archivos3/portal/historico/contenido/Estadisticas_Lista_Nominal_y_Padron_Electoral/) al primero de agosto pasado, son en orden descendente, el grupo de 25 a 29 años; después el de 30 a 34 y por último, el de 20 a 24.
¿Qué nos dicen estos números? Que los jóvenes pueden definir, sin problemas, una elección. De ahí que hay que cuidar a quién se le da el voto y antes de ello, cobrar conciencia de la importancia de ir a votar.
Podrá decirse que a la hora de las elecciones no hay opción válida para los jóvenes, que no hay quien represente a la juventud, que “siempre” son “los mismos de siempre”, que no hay confianza y ni siquiera simpatía por los partidos; y son argumentos válidos y perfectamente entendibles a la luz de la realidad.
Los jóvenes deben entonces, como parte de su accionar, irrumpir en los partidos. Está demostrado que a los adultos se les ha acabado la imaginación y en no pocos casos, la energía para hacer política. Cuando caen en la zona de confort que les brinda la apatía del grueso de la población, incluida la juventud, termina la política y empieza la grilla, la componenda, el cochupo, la tranza.
Opciones siempre habrá, terreno fértil siempre habrá. Es cuestión de saber encontrarlos.
Si pensáramos en una sociedad ideal donde todos los jóvenes se organizaran en torno a liderazgos correctos y limpios, los partidos, incluidas sus cúpulas, no tendrían más que obedecer los dictados de la realidad.
Si el cambio es posible, tiene que empezar por un cambio de generación. Es el tiempo.
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