LA X EN LA FRENTE
Moisés MOLINA
PERDISTE GERMÁN, PERDISTE.
El PAN, especialmente su presidente nacional, veía en el debate televisado el pasado Jueves por “el canal de las estrellas”, el detonante de un triunfo indudable en las elecciones del próximo domingo. Solo quien debata con mudos puede tener esa desorbitada pretensión. El debate no pasó de eso, de ser un debate más que no cubrió las expectativas y si de un perdedor tenemos que hablar, ese lo fue Germán Martínez. El debate lo tuvo perdido antes de su realización, la inclusión del perredista Jesús Ortega no puede tener otra lectura. La férrea oposición inicial a que “Chucho” fuera incluido, reposicionó al panista como un político intolerante, caprichoso. A Ortega le convenía sobremanera hacerse presente en la transmisión, lo sabía bien y por ello depositó tal empeño para lograrlo. No tenía nada que perder y por el contrario mucho por ganar, como efectivamente sucedió. Su deslinde público y en cadena nacional, claro y sin cortapisas con Andrés Manuel López Obrador; su postura enérgica, pero mesurada (salvo por el exabrupto mal parafraseado del clintoniano “¡Estúpido, es la economía!”) y la prudente dimensión con que abordó los temas, seguramente le acarrearon simpatías entre más de un televidente, que idealmente tendrían que convertirse en votos. De Beatriz nadie que la conozca se sorprendió. La expresión oral le guarda pocos secretos y su sólida formación y lucidez hicieron, como siempre que descollara entre sus pares. Para el discurso y no se diga para el debate Beatriz es garantía. Al PRI se le podrá reprochar cualquier cosa, pero la solidez académica y agilidad mental de sus jerarcas está fuera de toda discusión. A alguien escuché decir alguna vez que en el PRI pueden estar los peores, pero también están los mejores. El debate sirvió para tres cuestiones fundamentales: 1) Para posicionar a las principales fuerzas políticas ante el elector contra el ya famoso y amenazante voto en blanco; 2)Para confirmar, en el voto duro de los partidos, la convicción de ir a la urna el próximo domingo; y 3) para buscar el valiosísimo voto de esa franja del electorado que siempre sufraga, pero que cada vez lo hace por diferentes opciones, a veces por el partido y en ocasiones por el candidato: los llamados indecisos, el voto volátil. A Germán las estimaciones le fallaron. Se enojó y perdió. Es correcto involucrar en política los sentimientos, pero no a tal grado y menos aún cuando el histrionismo alcanza niveles criticables. Martínez es expresivo en extremo, el problema es actúa con menor esfuerzo sus rabietas que sus complacencias. Cierto es que eran dos contra uno. Ortega tomó venganza y el antipático presidente del PAN pagó en horario estelar su negativa de que el PRD participara en el debate. Hizo causa común con Beatriz, y la proximidad ideológica y programática de la socialdemocracia (una suerte de centro izquierda) representada por el tricolor con la izquierda “moderna” perredista, hicieron pasar a Martínez uno de sus peores ratos. El error de Germán fue enojarse, una muy mala señal para el televidente que no es panista. Por momentos parecía estar haciendo campaña a favor del Presidente de la República. Más de uno pudo preguntarse: ¿Qué razón de hacer proselitismo para alguien que ya es autoridad? Yo no lo entendí. Pretender subirse al carro de la labor presidencial creo que también fue estrategia equivocada cuando Paredes y Ortega en sendas intervenciones y con cifras en la mano le hacían ver que incluso en el sexenio de Zedillo los indicadores estaban mucho mejores que hoy y que, a propósito de la “crisis mundial” países de Sudamérica estaban sufriendo, merced al correcto manejo de sus gobiernos, males menores en sus índices de desarrollo.
Una clase de oficio político es lo que los presidentes del PRI y del PRD regalaron al “muchacho pendenciero” y le dieron, acaso, la lección más grande de su vida: para ganar un debate es necesario algo más que el exaltado capricho de querer debatir.
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