“Solamente los anarquistas, sabrán que somos anarquistas
y les aconsejaremos que no se llamen así para no
asustar a los imbéciles.”
Ricardo Flores Magón
La conmemoración del 2 de octubre es una advertencia de lo que no puede volver a ocurrir en este país; es la negación de un México que se ha ido y que no debe volver. Y ese México que se ha ido, no tiene que ver en su raíz con la voluntad o el capricho de los gobernantes en turno sino con la innegable transformación de la sociedad.
Los fantasmas de la desigualdad, de la exclusión, de la falta de oportunidades y de la injusticia social aún nos rondan, pero hay otros que han ahuyentado las sucesivas generaciones de derechos humanos y la capacidad organizativa de la sociedad civil.
El 2 de octubre es el referente de uno de los episodios más oscuros de nuestra historia, el más negro, quizás, de nuestra historia reciente. El 2 de octubre es represión, es muerte, es autoritarismo; es el Estado contra los estudiantes; y son los estudiantes, como voz y voluntad del México de aquellos tiempos.
Pero ¿qué se pretende hacer del 2 de octubre? ¿Cuál es el referente de esta fecha el día de hoy? No se trata de que la fecha nunca se olvide; se trata de cuidar su significado, de que la conmemoración no se desvirtúe, de que su memoria no se manche.
Esta y las próximas generaciones no olvidarán el 2 de octubre, sin duda. Pero le recordarán como algo que nada tiene que ver con 1968. Lo que debe ser una fecha que mueva a la reflexión, hoy mueve al repudio y a la reprobación de la destrucción, el saqueo y la agresión.
El 2 de octubre debía ser una fecha esperada por todos los mexicanos para patentizarle al mundo y comunicar entre los propios que tenemos memoria histórica y que el derecho a la libre reunión y a la libre manifestación de las ideas, están entre nosotros para no irse. Lejos de ello, el 2 de octubre se ha convertido en fecha que llama a la zozobra y al morbo; en que anticipamos desde el día previo el recuento de los destrozos, de las pintas, del saqueo, de las pérdidas.
Los menos se imponen sobre la vocación pacífica y cívica de los más. Son inútiles las invitaciones de los miembros del “comité del 68” a marchar pacíficamente. Una minoría, parece esperar todo el año, para dar, ese día, rienda suelta al vandalismo. Bien saben que saldrán impunes y que, de haber consecuencias, esa mayoría pacífica y ejemplar, los defenderá generosamente.
Para los organizadores de esta y otras marchas, basta con deslindarse, y en algunas ocasiones, “condenar enérgicamente” la violencia, aunque, bien sabemos, no sirve de nada. Los resultados son los mismos y se repiten.
¿Tiene sentido condenar la violencia pasada con violencia presente? ¿No es aberrante imponer el ímpetu destructor de quienes en 1968 aún no nacían a la vocación cívica de quienes vivieron en carne propia esos días? ¿No es contradictorio que quien destruye y agrede se autodenomine anarquista, cuando el anarquismo es en esencia libertad, rebeldía, solidaridad, autogestión, pero no violencia, ni destrucción, ni robo? En nombre de De Bakunin, Kropotkin, Reclus o del mismo Cipriano Ricardo Flores Magón, que alguien les pida que se autonombren cualquier otra cosa, pero no anarquistas.
En Oaxaca conocimos imágenes preocupantes de una policía “encapsulada”, arrinconada por la turba. Superados en número –y aunque no fuera así- tenían la orden de resistir, de no defenderse. ¿Cómo podemos pedir a los agentes del orden “proteger y servir” cuando no pueden protegerse ellos mismos?
Pareciera que nuestros policías han cambiado ya la orientación de su preparación. Ya no es para resguardar el orden, ya no es para proteger ni para servir; pareciera que tienen que aprender ahora “técnicas” para resistir, no solo los golpes, sino además la humillación. Que ¿los policías no tienen derechos humanos?
El policía es el referente inmediato de la autoridad en cualquier sociedad. ¿Qué mensaje mandan nuestros policías a la ciudadanía? Un mensaje de impotencia no es solo preocupante, sino grave. Estas cosas pasan cuando por “tolerancia” y por “represión”, la autoridad entiende cosas que no corresponden a la realidad de esos conceptos.
Pero es entendible que el gobernante, más que a nada, le tenga miedo al costo político.
Pero nuestra sociedad es tan noble que ha demostrado sorprendente capacidad de soportar esto y más. Nuestros policías son un reflejo de nuestra ciudadanía, que se está acostumbrando a la resignación. Se está volviendo normal que las minorías se impongan cuando son violentas. La vocación pacífica del oaxaqueño hace que prefiera cualquier cosa antes que la violencia, aunque al final la consecuencia sea invariablemente violencia.
El 2 de octubre se está olvidando, aunque el día sea omnipresente. Se olvida su significado, su simbolismo. Cada vez se aleja un poco más de Tlatelolco; cada vez se piensa un poco menos en los por qué. Cada vez menos, el 2 de octubre aporta una lección de pasado para el futuro y aparece como una lección -que no se aprende- del presente para el presente.
Es el día de “madrear” policías, esos “perros del gobierno” –leía en facebook-, es el día de matar al “Estado”, de matar al “gobierno”, de matar o de sacar al Presidente en turno y desde luego, de dar rienda suelta a lo más antisocial del ser humano. El 2 de octubre se ha convertido en una contra conmemoración, en un contra homenaje.
Lo publiqué en mi cuenta de twitter y lo comparto ahora con ustedes: “Mientras resolvemos nuestros desencuentros con la pobreza, la exclusión y la injusticia social, necesitamos la aplicación irrestricta de la ley”.
El 2 de octubre no debe ser recordado por las futuras generaciones como el día en que no hay que salir a las calles. El 2 de octubre no debe ser el día de la muerte, sino el día de la resurrección. Rescatemos su honra.
Twitter: @MoisesMolina
jueves, 3 de octubre de 2013
domingo, 29 de septiembre de 2013
CRISIS DE LÍDERES
Hay acontecimientos que de cuando en cuando se incrustan en la vida como pedrería. Nos marcan un alto y hacen las veces de una aduana donde nuestro bagaje de opiniones y creencias es revisado. Salimos nuevos, reinventados, provistos de dosis altas de ese material con el que se construyen los sueños.
Con la pintura, aún fresca, es que escribo estas líneas de mi ejercicio semanal. Fuimos solo 15 los privilegiados en la primera generación del seminario “Lidera”, una ejemplar iniciativa de tres mexicanos preocupados y ocupados en lo necesario para este país. Raúl Ferráez, Presidente Ejecutivo de la prestigiada revista Líderes Mexicanos, Enrique Bustamante, Director de la Fundación Ealy Ortiz y colaborador de “El Universal” y Ricardo Homs, Director General de Ries Ries Latinoamérica merecen, aunque no lo pidan, el mayor de los reconocimientos.
Lo que parecía llamado a ser un fin de semana de clases para aprender o corregir el rumbo a ser líderes, devino en algo más profundo alejado de toda superficialidad. Luis Carlos Ugalde lo definió: fue conversación. Reflexionamos, debatimos y concluimos juntos en torno a la primordial necesidad del país, que es una carencia de fondo: la de liderazgo político y social.
El origen de los malestares presentes de México válidamente se encuentra ahí. En mi caminar por los concursos de oratoria se dejaba escuchar recurrentemente (y seguramente se sigue escuchando) una frase: “causas hay muchas, lo que faltan son rebeldes”; rebeldes o no, lo que faltan son líderes.
Con el propio Ugalde, Ana María Salazar, Roy Campos, Ricardo Homs, Raúl Ferráez, Enrique Bustamante y mi paisana Ana María Vásquez Colmenares, convenimos en que el liderazgo es una necesidad social que tiene que ver con la transformación y por ende, según la visión de Peter Drucker -que el Presidente Peña Nieto retomó en su mensaje a los “300 líderes” de México-, con los resultados.
¿Cuál es el perfil de líderes que México pide a gritos? Se habló de liderazgos buenos y malos. Se matizaron los segundos reduciéndolos a mera “influencia”. El liderazgo proactivo, el que construye, el que propone, el que impulsa el avance, el que se funda en una “visión”, en una causa, el que se traza objetivos claros y metas medibles es el que nuestros hijos y nuestros nietos habrán de agradecer.
Hoy que se tiene a casi cualquier cosa por “líder”, la vida nos reservó un asiento en el autobús de la reflexión y quince conciencias hemos asumido la gravedad del compromiso. El liderazgo es para servir, no para servirse.
Y es que el liderazgo sin generosidad no existe. Ricardo Homs nos compartió que “la esencia del liderazgo es la generosidad como una actitud” y en medio del pragmatismo feroz, el cortoplacismo y el egoísmo como sino de nuestro tiempo, la generosidad debe florecer en aquellos para quienes todavía hay tiempo.
México necesita creer, imaginar un futuro mejor y saber que es asequible. En medio de nuestra babel, nadie le pone orden a las ideas, ni mucho menos a las palabras. Giovanni Sartori en su Teoría de la Democracia formuló uno de los últimos alegatos en pro de las palabras y de sus significados. En tiempos donde no hay líderes que comuniquen, la nueva generación debe desenterrar la estafeta para continuar un relevo interrumpido. Entre los quince asistentes habíamos tres amantes de la oratoria que, sin duda, escuchamos con más fuerza este llamado. El llamado a una cruzada para rescatar el sepulcro de las palabras.
Cuanto sufrimos en este adolorido país es natural. Los tiempos cambiaron y los líderes de antaño, ávidos de presente, no. El liderazgo no es un título nobiliario.
Hoy, en razón de uno por cada 7 u 8 millones de mexicanos, quince voluntades juveniles hicimos del hotel Regis el centro del mundo, de nuestro mundo. En medio de la banalidad que a veces nos hace tender a los superfluo, repensamos los concupiscible, lo valioso, lo trascendente y recobramos conciencia de que nuestra labor es ineludible e irrenunciable. No se si queremos ser líderes, pero estoy seguro de que queremos lo mejor para nuestro amado México y haremos todo lo que esté en nuestras manos para realizar un país de sueños cristalizados y esperanzas llamadas a realizarse.
Nos dimos cuenta que tenemos superávit en la balanza de voluntad y que a nuestra edad no se puede pensar en otra cosa, ni desear nada más que esa determinación esté por encima de los años; que como quiso Jesús Reyes Heroles, se puedan tener mil años y seguir siendo joven.
@MoisesMolina
Con la pintura, aún fresca, es que escribo estas líneas de mi ejercicio semanal. Fuimos solo 15 los privilegiados en la primera generación del seminario “Lidera”, una ejemplar iniciativa de tres mexicanos preocupados y ocupados en lo necesario para este país. Raúl Ferráez, Presidente Ejecutivo de la prestigiada revista Líderes Mexicanos, Enrique Bustamante, Director de la Fundación Ealy Ortiz y colaborador de “El Universal” y Ricardo Homs, Director General de Ries Ries Latinoamérica merecen, aunque no lo pidan, el mayor de los reconocimientos.
Lo que parecía llamado a ser un fin de semana de clases para aprender o corregir el rumbo a ser líderes, devino en algo más profundo alejado de toda superficialidad. Luis Carlos Ugalde lo definió: fue conversación. Reflexionamos, debatimos y concluimos juntos en torno a la primordial necesidad del país, que es una carencia de fondo: la de liderazgo político y social.
El origen de los malestares presentes de México válidamente se encuentra ahí. En mi caminar por los concursos de oratoria se dejaba escuchar recurrentemente (y seguramente se sigue escuchando) una frase: “causas hay muchas, lo que faltan son rebeldes”; rebeldes o no, lo que faltan son líderes.
Con el propio Ugalde, Ana María Salazar, Roy Campos, Ricardo Homs, Raúl Ferráez, Enrique Bustamante y mi paisana Ana María Vásquez Colmenares, convenimos en que el liderazgo es una necesidad social que tiene que ver con la transformación y por ende, según la visión de Peter Drucker -que el Presidente Peña Nieto retomó en su mensaje a los “300 líderes” de México-, con los resultados.
¿Cuál es el perfil de líderes que México pide a gritos? Se habló de liderazgos buenos y malos. Se matizaron los segundos reduciéndolos a mera “influencia”. El liderazgo proactivo, el que construye, el que propone, el que impulsa el avance, el que se funda en una “visión”, en una causa, el que se traza objetivos claros y metas medibles es el que nuestros hijos y nuestros nietos habrán de agradecer.
Hoy que se tiene a casi cualquier cosa por “líder”, la vida nos reservó un asiento en el autobús de la reflexión y quince conciencias hemos asumido la gravedad del compromiso. El liderazgo es para servir, no para servirse.
Y es que el liderazgo sin generosidad no existe. Ricardo Homs nos compartió que “la esencia del liderazgo es la generosidad como una actitud” y en medio del pragmatismo feroz, el cortoplacismo y el egoísmo como sino de nuestro tiempo, la generosidad debe florecer en aquellos para quienes todavía hay tiempo.
México necesita creer, imaginar un futuro mejor y saber que es asequible. En medio de nuestra babel, nadie le pone orden a las ideas, ni mucho menos a las palabras. Giovanni Sartori en su Teoría de la Democracia formuló uno de los últimos alegatos en pro de las palabras y de sus significados. En tiempos donde no hay líderes que comuniquen, la nueva generación debe desenterrar la estafeta para continuar un relevo interrumpido. Entre los quince asistentes habíamos tres amantes de la oratoria que, sin duda, escuchamos con más fuerza este llamado. El llamado a una cruzada para rescatar el sepulcro de las palabras.
Cuanto sufrimos en este adolorido país es natural. Los tiempos cambiaron y los líderes de antaño, ávidos de presente, no. El liderazgo no es un título nobiliario.
Hoy, en razón de uno por cada 7 u 8 millones de mexicanos, quince voluntades juveniles hicimos del hotel Regis el centro del mundo, de nuestro mundo. En medio de la banalidad que a veces nos hace tender a los superfluo, repensamos los concupiscible, lo valioso, lo trascendente y recobramos conciencia de que nuestra labor es ineludible e irrenunciable. No se si queremos ser líderes, pero estoy seguro de que queremos lo mejor para nuestro amado México y haremos todo lo que esté en nuestras manos para realizar un país de sueños cristalizados y esperanzas llamadas a realizarse.
Nos dimos cuenta que tenemos superávit en la balanza de voluntad y que a nuestra edad no se puede pensar en otra cosa, ni desear nada más que esa determinación esté por encima de los años; que como quiso Jesús Reyes Heroles, se puedan tener mil años y seguir siendo joven.
@MoisesMolina
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