LA X EN LA FRENTE
Moisés MOLINA
EL “NO TIENEN MADRE” DE LA REFORMA LABORAL
El origen de la institucionalización de los derechos laborales en una rama autónoma de las ciencias jurídicas hay que buscarla en el surgimiento de la “política de masas” y tres motivos, que a finales del siglo XIX marcan el agotamiento de Estado liberal:
1) El éxito del capitalismo que conllevaba la concentración de la propiedad y la influencia económica y hacía derivar de estas, la agudización de las desigualdades y en último término la explotación económica traducida en despido masivo, bajos salarios y marginación social;
2) La fuerza política que cobra la afirmación teórica de igualdad entre todos los miembro de la comunidad, que devino en reivindicaciones del derecho al sufragio y a la asociación política y sindical; y
3) La crisis de la incipiente división del poder durante este modelo de Estado entre Monarquía y parlamento, por la omnipresencia del segundo (integrado por propietarios) y la reducción de la primera al cumplimiento de funciones simbólicas.
Después del Estado Liberal, el mundo conoce nuevos modelos como alternativas. Tres de ellos –el Estado Socialista, el Nazi y el Facista- víctimas de sus inconsistencias desaparecieron, dejando el paso libre a la hegemonía del que hoy rige a la gran mayoría de la comunidad mundial: el Estado Liberal Democrático, también llamado Estado de Bienestar o Estado Social. El Estado Liberal para la teoría se democratiza permitiendo intervención popular en los asuntos colectivos reservados antes a los propietarios y se socializa al promover el crecimiento económico, asegurando mayores niveles de bienestar para toda la población.
No es entonces extraño que las luchas iniciales en el campo laboral se centren de forma exclusiva en la reivindicación de derechos inexistentes en el pasado. Las conquistas que, en adelante vienen casi sincronizadamente, cristalizan en el derecho positivo en más y mejores garantías para el trabajador y menos privilegios para el detentador del capital, incluído México con su revolución, la primera revolución “social” del siglo XX y con su constitución de 1917, surgida incluso antes de la más publicitada, que fue la de Weimar.
Nuestra Ley Federal del Trabajo, data de 1931 que contiene en esencia los mismos postulados que la de 1970 y ambas, obedientes del 123 constitucional de 1917 que nuestros legisladores se han rehusado a tocar significativamente.
Una cosa es innegable. El mundo ya no es el mismo de hace 81 años y la inmovilidad de nuestra legislación laboral se antoja inexplicable en una realidad donde los efectos de la globalización no son potestativos y exigen a los Estados, instrumentos de acción eficaces para sortear con éxito los efectos negativos y potenciar al máximo los positivos.
El proyecto de reforma laboral de México aprobado ya por la Cámara de Diputados y a partir del próximo lunes en manos de los senadores, modifica 351 de 1004 artículos de la Ley Federal del Trabajo. Su marco referencial es el mismo del aquel proyecto presentado desde 1988 por la CONCANACO Y LA COPARMEX: la flexibilidad del trabajo, justificado por el nuevo contexto de globalización del mercado y la producción, la modernización de los procesos productivos, la necesidad de proporcionar mayor confianza a los inversionistas y elevar la productividad y la calidad.
De las motivaciones que pública y “parafernálicamente” se expresan en contra de dicha reforma, pocas tienen un sustento racional. La protesta por sistema y por imitación es una de las estrategias que más daño han hecho a la izquierda en México y tan es así que fue solo una fracción de la izquierda la que “tomó” los dos niveles de la mesa directiva en San Lázaro. Fue esa izquierda, más que “desobediente” –como la calificó Silvano Aureoles- cerrada al debate que reduce la justificación de sus acciones con consignas de mitin político y declaraciones vagas, ni siquiera grandilocuentes:
“¡No tiene madre!, están condenando a los trabajadores a la pobreza y a la miseria”, dijo Monreal;
Dicen estar en contra, pero no argumentan. Y su única propuesta como alternativa es que la ley se quede como está, seguir en la realidad jurídica de 1931, los tiempos de Pascual Ortiz Rubio.
Si bien, la reforma laboral está propuesta a la medida de la globalización, no cancela los derechos de los trabajadores, pero parte de la izquierda se comporta ahora reaccionaria. Que nada cambie es su consigna. Para ellos no hay espacio al contraste de ideas, no existe el equilibrio. Su radicalismo deriva de esa visión totalizadora y monopolística de la realidad: si no es su realidad entera, total, la que se impone, simplemente no es buena, carece de bondad en todo sentido.
Mucha gente pregunta si la reforma laboral es buena o mala. Solo eso quiere saber. En un país donde el ciudadano no se informa o cuando lo hace quiere información fácil, el temor coloniza, infecta; y la izquierda ha sido, en buena medida (no totalmente) inoculadora irresponsable de ese miedo ciudadano. Y para muestra un botón: Le dicen a quien les quiera oír que la aprobación del pago por hora implica que una hora de trabajo será pagada a 7 pesos, cuando en la realidad el proyecto aprobado propone que el trabajador no podrá ganar en la jornada laboral menos del salario mínimo, así sea de dos horas esa jornada, además de no poder exceder el número de horas por jornada laboral.
En el proyecto que toca a los senadores estudiar, discutir y aprobar, se contempla el outsourcing o subcontratación, imponiendo obligaciones al contratador y al subcontratador, dejando a salvo derechos del trabajador; el pago por hora; contratos de prueba y capacitación inicial para otorgar el empleo a los trabajadores que mejor capacidad demuestren después de haberles pagado el tiempo que habrá de durar esa puesta a prueba o capacitación; nuevo concepto de trabajo digno o decente, respetuoso de la dignidad humana del trabajador; aplicación del principio de “no discriminación”; mayor protección a la mujer; reconocimiento de los derechos de paternidad; favorecimiento de condiciones para empleo de personas con discapacidad; obligación de dar capacitación adecuada y de calidad por parte del patrón; condiciones dignas de seguridad, higiene y previsión de riesgos para el trabajador y tipificación como delito del trabajo para menores de 14 años, entre otros rubros.
Es una reforma inspirada en esas fuentes reales del derecho que se ha postergado más allá de lo prudente que obedece preeminentemente a dos cosas: la competitividad y la atracción de inversión extranjera directa. Impensable una sola reforma para cancelar derechos de trabajadores comprometidos con la producción y su calidad.
La reforma queda sin embargo corta. Uno de los grandes temas que permaneció inalterado fue el de la democracia sindical. Pero fue paradójico que fuera Alfredo Oribe, un legislador del PT el que, en la Comisión de Trabajo y Previsión Social, frenara la obligación de los sindicatos para introducir estatutariamente el voto secreto en la elección de líderes sindicales.
Esta reforma fue un claro pacto entre los presidentes saliente y entrante y es una pena que se busque capitalizar políticamente. De antemano sabemos que la subsistencia de esa parte perniciosa de la izquierda (no toda la izquierda) identificada con el obradorismo, tiene que ver con la oposición sistemática a toda propuesta donde se vea la mano de Enrique Peña Nieto, sin escatimar excesos discursivos como el del Diputado petista Ladrón de Guevara que soltó en tribuna: "Yo en efecto no creo que sea un pacto de Enrique Peña Nieto y de Calderón sino es una orden de Carlos Salinas de Gortari, que es el verdadero titiritero de este País…”
Tenemos que acostumbrarnos a ellos los próximos años y México caminará, en ocasiones, a pesar de ellos.
Twitter: @MoisesMolina
sábado, 29 de septiembre de 2012
domingo, 23 de septiembre de 2012
SLIM, LULA, BLAIR Y GUARDIOLA
LA X EN LA FRENTE
Moisés MOLINA
SLIM, LULA, BLAIR Y GUARDIOLA
No todos los días se tiene a mano la oportunidad de escuchar y ver de cerca a seres humanos que a este momento de sus vidas reciben la casi unánime calificación de exitosos.
Compartir espacio físico con Luiz Inacio Lula Da Silva, Tony Blair y Josep Guardiola no remite solamente a ver y escuchar. Hay algo que va más allá de los sentidos, que mueve, motiva, estremece. Lo que dicen es importante; lo que transmiten, indescriptible.
Carlos Slim, el hombre más rico de mundo, los trajo a México en exclusiva para los becarios y ex becarios de una de sus fundaciones. No se puede menos que agradecer. Es curioso no haber escuchado, a lo largo de mi vida, un solo comentario generoso de Slim, incluso muchos beneficiarios de sus fundaciones se asumen críticos de su “responsabilidad” del atraso mexicano. Quizás no le interese competir publicitariamente con los políticos. Probablemente también por ello, no tuvo una sola intervención al micrófono, ni una sola aparición en el escenario, pero al margen de ello, Slim sigue siendo, desde hace ya bastantes meses, el hombre más rico del planeta; e independientemente de las motivaciones que lo hacen materializar encuentros de esta proporción, que se magnifica cuando son gratuitos, lo cierto es que no le hacen mal a nadie y marcan, de hecho, la vida de muchos privilegiados que, entre los diez mil que nos damos cita cada septiembre en el Auditorio Nacional, regresamos a nuestros hogares, colegios y trabajos recargados con energizada convicción de dar lo mejor a cada paso de nuestra vida.
Son encuentros ilustrativos y motivacionales que nuestros gobiernos no han propiciado en esa magnitud y que se mantienen en su gestación y desarrollo al margen de la política, en especial de la partidista, pero que se insertan en ella en su resultado.
Lula, Blair y Guardiola vinieron a hablar de lo que les une en comunión: el éxito. Sembraron esperanza en un oasis de pocos metros cúbicos, nos recordaron que casi cualquier cosa es posible cuando además de creer, se tiene pasión por lo que se hace. Como seres humanos estarán hechos de basura y bronce, pero vinieron a entregarnos solo el bronce.
Hablaron de muchas cosas. Estuvimos todo el día con ellos y con Nando Parrado y Lee Hirsch, además. Dos ex jefes de gobierno; un ex jugador profesional de futbol y entrenador, hasta hace poco, del exitosísimo club Barcelona; un laureado cineasta y un uruguayo vuelto a nacer nos demostraron que tienen mucho, más de lo que a simple vista parece, en común. Son, las de ellos, historias de éxito. Éxito que no se presume, se comparte. Éxito no auto decretado, sí reconocido (reitero) casi unánimemente.
Su sola presencia en el escenario conmociona las conciencias de jóvenes que viven en un país que necesita, desgraciadamente, de ejemplos vivientes, de testimonios de seres humanos que a través de perseverancia, constancia, fe, pasión y un poco de fortuna han llegado a ser lo que se seguirá contando de ellos.
Al micrófono se ausentaron prejuicios, complejos, resentimientos, reservas, censuras, impostaciones de personalidad, compromisos. Ni el señor Slim estuvo excento. “Slim no necesita del gobierno” dijo Lula en una de sus acotaciones más aplaudidas.
No existieron animadores que entre el público pidieran aplausos para quienes discurrían. La calidez de cada interrupción era espontánea, emocionada, esperanzada.
Ninguno de ellos necesitó hablar mal de Peña Nieto, ni de AMLO, ni de Calderón. Cosa extraña que nadie saliera de ahí inconforme.
No se cual sea el juicio que la historia depare a Carlos Slim, pero con este tipo de demostraciones. Muy pocos se sienten orgullosos de que el hombre más rico del mundo sea mexicano y muchos hay que le denostan sistemáticamente. Gran parte de su fortuna la debe a los mexicanos, pero bien podría cruzarse de brazos, no hacer nada y dejar que las bolsas de valores hagan su parte. Slim no necesita quien lo defienda. Su fortuna le sitúa ya, más allá de lo bueno y de lo malo y aún así se “arriesga” con eventos como este, fáciles a la tenebra de los condenatorios juicios lapidarios.
Hoy se que le debo algo a Carlos Slim y me rehúso a ser de los miles que dirán que me lo ha cobrado por adelantado en mi recibo telefónico o en mis tarjetas “amigo kit”. Pudo, incluso, no haber rembolsado nada de ello. He asistido a “México Siglo XXI” en la mayoría de sus ediciones y lo seguiré haciendo cuando se me invite. Quizás nunca pueda decirle personalmente “gracias” pero mi deber moral es hacerlo de alguna forma y ello es lo que me tiene frente al teclado.
Haber visto a lo largo de los años a Gorbachov, Colin Powell, Al Gore, Madeleine Albright, Alvin Toffler, Bill Clinton, Earving “Magic” Johnson y tantos otros, es una vacuna contra el escepticismo que infesta a la juventud y un programa espiritual contra el pesimismo, mal de nuestro tiempo.
Quedarse conforme, hacer de la diatriba el único canal de expresión de la inconformidad propia, incorporar el resentimiento a nuestro código de conducta, inocular la desilusión al de al lado y resignarse a que todo va a ser siempre igual, son salidas fáciles y además irresponsables.
Lula nos aconsejó: “Cuando pierdan la esperanza, cuando sientan que los políticos no pueden decepcionarlos más, cuando sienten que no pueden seguir creyendo, no decaigan, sigan creyendo y sigan participando. El político que están esperando puede estar en ustedes mismos”.
Educación fue la clave escogida por Blair y Lula; pasión, la palabra mágica de Guardiola. Ir a la cama y encontrar, previo al sueño, aquello que nos apasiona en la vida, puede ser nuestro descubrimiento de más trascendencia. Nada se hace mejor que aquello que se nutre de pasión, porque solo aquello que se disfruta es lo que puede hacerse mejor.
Por ello sin rubor y con honestidad desde aquí y en “Infinitum” le digo gracias al Sr. Slim y gracias a los miembros de la Fundación Telmex. Espero volver el próximo año.
@MoisesMolina
Moisés MOLINA
SLIM, LULA, BLAIR Y GUARDIOLA
No todos los días se tiene a mano la oportunidad de escuchar y ver de cerca a seres humanos que a este momento de sus vidas reciben la casi unánime calificación de exitosos.
Compartir espacio físico con Luiz Inacio Lula Da Silva, Tony Blair y Josep Guardiola no remite solamente a ver y escuchar. Hay algo que va más allá de los sentidos, que mueve, motiva, estremece. Lo que dicen es importante; lo que transmiten, indescriptible.
Carlos Slim, el hombre más rico de mundo, los trajo a México en exclusiva para los becarios y ex becarios de una de sus fundaciones. No se puede menos que agradecer. Es curioso no haber escuchado, a lo largo de mi vida, un solo comentario generoso de Slim, incluso muchos beneficiarios de sus fundaciones se asumen críticos de su “responsabilidad” del atraso mexicano. Quizás no le interese competir publicitariamente con los políticos. Probablemente también por ello, no tuvo una sola intervención al micrófono, ni una sola aparición en el escenario, pero al margen de ello, Slim sigue siendo, desde hace ya bastantes meses, el hombre más rico del planeta; e independientemente de las motivaciones que lo hacen materializar encuentros de esta proporción, que se magnifica cuando son gratuitos, lo cierto es que no le hacen mal a nadie y marcan, de hecho, la vida de muchos privilegiados que, entre los diez mil que nos damos cita cada septiembre en el Auditorio Nacional, regresamos a nuestros hogares, colegios y trabajos recargados con energizada convicción de dar lo mejor a cada paso de nuestra vida.
Son encuentros ilustrativos y motivacionales que nuestros gobiernos no han propiciado en esa magnitud y que se mantienen en su gestación y desarrollo al margen de la política, en especial de la partidista, pero que se insertan en ella en su resultado.
Lula, Blair y Guardiola vinieron a hablar de lo que les une en comunión: el éxito. Sembraron esperanza en un oasis de pocos metros cúbicos, nos recordaron que casi cualquier cosa es posible cuando además de creer, se tiene pasión por lo que se hace. Como seres humanos estarán hechos de basura y bronce, pero vinieron a entregarnos solo el bronce.
Hablaron de muchas cosas. Estuvimos todo el día con ellos y con Nando Parrado y Lee Hirsch, además. Dos ex jefes de gobierno; un ex jugador profesional de futbol y entrenador, hasta hace poco, del exitosísimo club Barcelona; un laureado cineasta y un uruguayo vuelto a nacer nos demostraron que tienen mucho, más de lo que a simple vista parece, en común. Son, las de ellos, historias de éxito. Éxito que no se presume, se comparte. Éxito no auto decretado, sí reconocido (reitero) casi unánimemente.
Su sola presencia en el escenario conmociona las conciencias de jóvenes que viven en un país que necesita, desgraciadamente, de ejemplos vivientes, de testimonios de seres humanos que a través de perseverancia, constancia, fe, pasión y un poco de fortuna han llegado a ser lo que se seguirá contando de ellos.
Al micrófono se ausentaron prejuicios, complejos, resentimientos, reservas, censuras, impostaciones de personalidad, compromisos. Ni el señor Slim estuvo excento. “Slim no necesita del gobierno” dijo Lula en una de sus acotaciones más aplaudidas.
No existieron animadores que entre el público pidieran aplausos para quienes discurrían. La calidez de cada interrupción era espontánea, emocionada, esperanzada.
Ninguno de ellos necesitó hablar mal de Peña Nieto, ni de AMLO, ni de Calderón. Cosa extraña que nadie saliera de ahí inconforme.
No se cual sea el juicio que la historia depare a Carlos Slim, pero con este tipo de demostraciones. Muy pocos se sienten orgullosos de que el hombre más rico del mundo sea mexicano y muchos hay que le denostan sistemáticamente. Gran parte de su fortuna la debe a los mexicanos, pero bien podría cruzarse de brazos, no hacer nada y dejar que las bolsas de valores hagan su parte. Slim no necesita quien lo defienda. Su fortuna le sitúa ya, más allá de lo bueno y de lo malo y aún así se “arriesga” con eventos como este, fáciles a la tenebra de los condenatorios juicios lapidarios.
Hoy se que le debo algo a Carlos Slim y me rehúso a ser de los miles que dirán que me lo ha cobrado por adelantado en mi recibo telefónico o en mis tarjetas “amigo kit”. Pudo, incluso, no haber rembolsado nada de ello. He asistido a “México Siglo XXI” en la mayoría de sus ediciones y lo seguiré haciendo cuando se me invite. Quizás nunca pueda decirle personalmente “gracias” pero mi deber moral es hacerlo de alguna forma y ello es lo que me tiene frente al teclado.
Haber visto a lo largo de los años a Gorbachov, Colin Powell, Al Gore, Madeleine Albright, Alvin Toffler, Bill Clinton, Earving “Magic” Johnson y tantos otros, es una vacuna contra el escepticismo que infesta a la juventud y un programa espiritual contra el pesimismo, mal de nuestro tiempo.
Quedarse conforme, hacer de la diatriba el único canal de expresión de la inconformidad propia, incorporar el resentimiento a nuestro código de conducta, inocular la desilusión al de al lado y resignarse a que todo va a ser siempre igual, son salidas fáciles y además irresponsables.
Lula nos aconsejó: “Cuando pierdan la esperanza, cuando sientan que los políticos no pueden decepcionarlos más, cuando sienten que no pueden seguir creyendo, no decaigan, sigan creyendo y sigan participando. El político que están esperando puede estar en ustedes mismos”.
Educación fue la clave escogida por Blair y Lula; pasión, la palabra mágica de Guardiola. Ir a la cama y encontrar, previo al sueño, aquello que nos apasiona en la vida, puede ser nuestro descubrimiento de más trascendencia. Nada se hace mejor que aquello que se nutre de pasión, porque solo aquello que se disfruta es lo que puede hacerse mejor.
Por ello sin rubor y con honestidad desde aquí y en “Infinitum” le digo gracias al Sr. Slim y gracias a los miembros de la Fundación Telmex. Espero volver el próximo año.
@MoisesMolina
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