viernes, 11 de octubre de 2013

ENRIQUE PEÑA NIETO Y EL STATU QUO


Una cosa es cierta, Enrique Peña Nieto llegó decidido a romper con la parálisis. Al menos, los dos sexenios anteriores, la parálisis fue el estigma de nuestros gobiernos. El gobierno no fue buen gobierno y la oposición no fue buena oposición.

Peña Nieto, independientemente de la simpatía o antipatía que en usted –amable lector- despierte, escogió como casi todos los presidentes, su golpe de timón. Si para Calderón fue la guerra contra el narco, para Peña Nieto tenía que ser un gran acuerdo entre los principales responsables de la parálisis de antaño: los partidos políticos con mayor presencia en el Congreso de la Unión.

El Congreso había sido la congeladora de las grandes reformas en el pasado. La política vista como juego de suma cero – donde solo uno gana a costa de lo que pierden otros- desde la presidencia de la república, así lo provocó. El Presidente de la República debe desprenderse desde su primer día de encargo de los usos lingüísticos como candidato. Peña Nieto redimensionó la lógica gobierno-oposición y los resultados los hemos visto semana tras semana.

El Presidente escogió como el primer gran anuncio de su gobierno el Pacto por México. El Congreso mantiene a plenitud sus funciones legislativas, aunque ahora cuenta con un poderoso catalizador que es a la vez un filtro. No obedece incontestablemente los acuerdos del Pacto (como quedó demostrado en la discusión de la reforma hacendaria respecto del IVA a colegiaturas y vivienda), pero tampoco inicia su trabajo desde la rispidez del cero.

Antaño no existía un nivel de desacuerdo entre ciudadanos como el de ahora, porque el debate no bajaba a las escuelas, a los mercados, a los cafés, a las oficinas. Al debate lo mataban los partidos en el congreso dándose la espalda entre sí y cerrando oídos al Presidente; y si algo se debatía eran cuestiones de mediana trascendencia para las necesidades reales de México como país en relación a sus habitantes.

Hoy se están debatiendo los grandes temas, por eso despiertan tanta pasión. Como nunca, muchos mexicanos los toman como una causa personal; una causa a favor de las reformas o una causa en contra de las reformas.

En el marco del Pacto por México recién refrendado por el Secretario de Gobernación en su comparecencia, los partidos han salido de Babel. Se dieron cuenta que hablan el mismo lenguaje. Osorio Chong lo resumió: no tienen las mismas ideas, pero tienen los mismos fines.

Lo anormal es que un Presidente de la República haya decidido romper con el Statu Quo ¿No sería lo normal que, entonces, se le reconociera? ¿Acaso no quienes se dicen de izquierda se dicen progresistas? ¿No un progresista es el que quiere transformar, romper con las inercias, hacer de este país algo diferente?

En nuestro México de contrastes estamos viendo a los representantes de lo más emblemático del “progresismo” mexicano asumiendo comportamientos dignos de los más recalcitrantes conservadores; defendiendo privilegios, mandando mensajes de que es preferible que las cosas sigan como están, acomodando cual sofistas la circunstancia a su causa de oposición sistemática?

Démonos cuenta, muchos (no todos) de quienes se pronuncian en contra, ni siquiera lo hacen respecto de argumentos, sino respecto del Presidente de la República a quien, incluso en nombre de la libertad de expresión, ofenden.

Soy de los que creen firmemente en el respeto a la investidura. La presidencial es una de las más altas instituciones de México y sea quien sea la persona en quien recae esa investidura, hay que respetarla.

¿Alguien cree sinceramente que Peña Nieto es un imbécil? Peña Nieto no tiene un pelo de tonto y a mí, en lo personal, la señales que me manda son, además de un hombre inteligente, de un visionario. Todas las reformas y todas juntas. Hay solamente dos momentos que un Presidente tiene en su mandato para hacer reformas : al inicio y al final.

Cuando dice que asumirá el costo político de lo que hoy está impulsando, no me dice algo menor. Peña Nieto tiene una causa que es la transformación de México vía sus reformas y me dice que no piensa abandonarla cuéstele en lo personal, lo que le cueste. No es un líder por el hecho de ser Presidente; siendo presidente se convirtió en un líder porque abrazó una causa y la está defendiendo en un escenario donde la polarización tiene mucho que ver con el oportunismo político, con quienes para seguir haciendo política necesitan a cuestas un tanque de oxígeno que hay que recargar cada que se pueda.

Bien sé que hay quienes sienten una profunda herida o un intenso escozor cada que alguien le reconoce o le agradece algo a Enrique Peña Nieto y eso es –aunque no siempre- efecto natural de frustraciones mal encausadas. No se conforman con no estar a favor; pretenden que quienes sí lo estamos, nos volvamos, como ellos, en contra. Y, especialistas en el anonimato y en l troleo, se valen, para ello, de todos los “recursos” verbales a su alcance: falsas burlas, altisonancias, sesudas justificaciones.

A nosotros que creemos en nuestro Presidente, que le queremos, que le reconocemos su liderazgo y que vistos los últimos acontecimientos, somos mayoría, la tolerancia, la mesura, el respeto, nos viene mejor. Pueden decir que nos el gobierno nos paga, que nos da chamba, que traicionamos a la patria, que merecemos morir.

El silencio de quienes no quieren más que trabajar, estudiar, reír, divertirse y amar en paz, interrumpido ocasionalmente por publicaciones como esta, es de ese silencio que habla y que más se escucha por los demás.

Twitter: @MoisesMolina