A la hora de la redacción de estas líneas, el gobernador de Oaxaca ya le había respondido al Presidente Municipal de su Ciudad Capital, sin aludirlo: ”Solo cesaré a un secretario cuando no esté rindiendo en sus funciones”, leí en un tuit del maestro Felipe Sánchez (@escaparate_oax)
Tuvo que suceder en el marco de la máxima fiesta de los oaxaqueños, para hacerse evidente lo que es una realidad cotidiana: el brutal distanciamiento entre los dos órdenes de gobierno más inmediatos a los oaxaqueños.
Una sola cosa ha hecho posible entre los ciudadanos informados la creciente percepción de desencuentro, rompimiento, disputa y para algunos, hasta de odio entre Gabino Cué y Luis Ugartechea: el ego.
La ojeriza entre este último y el Secretario de Seguridad Pública de Oaxaca se da por sentada. Lo que se dijeron uno al otro a través de sus cuentas de twitter, no tiene parangón. No eran dos hombres de Estado (el municipio y las entidades federativas son parte del Estado) dentro de las márgenes de lo políticamente correcto; eran un policía y un restaurantero defendiendo al peor consejero de un político: el ego.
Ambos esgrimieron sus razones, muy válidas por cierto, pero en la percepción de quienes conocimos esos tweets y posteriores declaraciones a los medios, quedó el burdo ánimo de la preponderancia.
El Presidente Municipal medía con este cristal: Un subordinado del gobernador no tiene por qué impedirle el acceso, bajo ninguna circunstancia, a la máxima autoridad del municipio anfitrión de la fiesta. Es Oaxaca de Juárez, la ciudad de su Presidente Municipal, antes que de cualquier otro mortal. Ugartechea argumentaba más tarde asesorado por su suegro, nuestro ex secretario General de Gobierno, que no era un agravio a su persona, sino a la investidura. Pero cuanto se seguía viendo delante de cada palabra era el ego.
El secretario de Seguridad Pública lo veía seguramente de esta manera: Ni el propio presidente municipal puede pasar por encima de los protocolos de seguridad. La norma es la norma y los policías estamos para hacerla valer. El Sr. Ugartechea insistía en entrar con una persona armada y si está acostumbrado a hacer lo que le plazca en la ciudad que gobierna, ni modo. Yo cumplo la norma. De modo que confirmo la orden a mi policía de que no pasa. Y lo mismo, el ego se superponía.
La mala fe entre estos dos servidores públicos queda fuera de discusión… existe.
Marco Tulio sabiéndose vencedor en la batalla, ofreció disculpas aunque veladas; para el presidente la guerra aún no terminaba y no conforme con no aceptarlas, hizo pedir al gobernador, desde el mismo cabildo, la renuncia de su verdugo, y más allá: se hizo organizar una guelaguetza en la misma sede del palacio municipal. Ego, ego y más ego.
Con las horas nos enteramos de que otro actor metido a político, el autonombrado “diamante negro” Roberto Palazuelos, invitado de “honor” mostraba, en la segunda edición de la guelaguetza, un comportamiento poco honorable bajo los influjos de nuestra espirituosa bebida, sin protocolos de seguridad que se interpusieran en su cometido.
Así es Oaxaca y la gente debe saberlo. Un estado donde un artista pesa más que una autoridad. Un lugar de ficción donde el Presidente Municipal de la capital no puede conseguir que despidan a un funcionario que faltó a su investidura, pero donde una diputada sí puede conseguir que despidan no a uno, sino a cinco policías municipales que la detienen conduciendo ebria por nuestras calles, como lo dieron a conocer los medios de comunicación.
El es ego que se magnifica con el poder.
Curiosamente Ugartechea se va y Marco Tulio se queda. Este último le regala al primero, la prima lección que debe llevarse por delante todo político que aspire a hacer carrera: que muerto el rey, vive el rey.
¿Podemos juzgarlos? Probablemente lo mismo haríamos nosotros en circunstancias semejantes. Basta echar una mirada objetiva a nuestras actitudes del diario vivir como ciudadanos comunes y corrientes.
Escenas como esta no nos mueven a la reflexión ciudadana. Nos contentan, nos divierten. Nos hacen sentir ese extraño placer a costillas del poderoso. Satirizamos, tuiteamos festivos. Al día siguiente, lo olvidamos como olvidamos casi todas nuestras desgracias públicas y estamos listos para recibir el siguiente affaire. Seguimos siendo humanos, demasiado humanos, atestiguando, sin hacer nada, el psique de una clase política que se degenera inconteniblemente.
Pero a propósito de todo esto ¿qué entiendo yo por “el ego por delante”? El ego en el centro, el egocentrismo. La Real Academia Española nos brinda una definición que no deja aristas: “Exagerada exaltación de la propia personalidad, hasta considerarla como centro de la atención y actividad generales”.
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