sábado, 9 de marzo de 2013

MI ENCUENTRO CON DON JESÚS MARTÍNEZ ÁLVAREZ


El título que mi amiga Lupita Thomas eligió para su última “barricada” exhibe como ningún otro el desencanto social. Basta con agregar signos de interrogación al slogan central de la estrategia de comunicación política de nuestro gobierno, para convertirlo en su negación: “¿Oaxaca de todos?”
Oaxaca es de unos cuantos


Los únicos protagonistas del cambio social son los órganos de la administración pública que, de acuerdo a la teoría del órgano administrativo y en estricto sentido, incluyen a sus titulares; y algunos grupos de presión o de interés, como les llama la teoría de la acción colectiva.


La gobernabilidad como categoría política se desnaturaliza, tuerce su sentido. Ya no es ese “estado de equilibrio dinámico entre demandas sociales y capacidad de respuesta gubernamental” de Camou. Las organizaciones sociales hace tiempo que dejaron de ser canal de expresión de las verdaderas demandas de la sociedad. Se han convertido en un cáncer y la causa de la enfermedad hay que encontrarla en el egoísmo.


Las organizaciones se han convertido en medios para satisfacer intereses particulares, inmediatos, egoístas. La sociedad no importa. El bien público temporal, preconizado por la Teoría General del Estado, se convierte en una ficción y lo único que estas organizaciones persiguen son beneficios egoístas que, en la mayor parte de los casos, tiene que ver con dinero o pago en especie que benefician a unos cuantos: a los que se “movilizan”, a quienes en ejercicio de sus derechos violan los derechos de otros, de la mayoría.


Le tienen tomada la medida al gobierno que simula. Espera el conflicto para resolverlo. Ni siquiera hay negociación porque los perturbadores del orden social siempre llevan las de ganar. Piden lo imposible para recibir lo esperado.


El bien público temporal es el fin máximo del Estado. Implica la realización de los finas de cada uno de los gobernados; en el extremo, podemos decir que se trata de la felicidad de todos. Para conseguirse es necesario un principio de orden. Es la tarea de la autoridad o poder público como elemento del mismo Estado, de la cual la administración pública es una parte.


En Oaxaca no se gobierna para todos. Se gobierna para quienes más ruido hacen, para los pocos que teniendo inmejorable capacidad para organizarse y no teniendo, respecto de sus liderazgos, otro trabajo más que la industria del chantaje, hacen imposibles nuestros días y impiden a la gran mayoría llegar libremente a sus destinos.


No todos los días se viaja junto al secretario general de gobierno. En viaje comercial, en clase turista tuve a don Jesús junto a mí por espacio de casi una hora. Quise preguntarle muchas cosas. Opté por el silencio. Entiendo que la decisión de aplicar simple y llanamente la ley no es enteramente de él. Que los miedos al famoso “costo político” de decisiones “represivas” pueden no ser precisamente los de él. Superiores decisiones le tienen atadas las manos y el gobierno como simulación tiene que seguir. Quise preguntarle qué es lo que nuestro gobernador piensa. Opté por dejarle dormir. No quise que hubiese tomado a mal mis interrogantes, ni causarle una incomodidad frente a su acompañante. Me limité a reconocerle su buen gusto por una hermosa pluma “Mont Blanc” que al final del vuelo, sacó del bolsillo de su camisa y contemplaba entre sus manos. Sonrió gentilmente y soltó una tenue carcajada. Baje del avión, no sin antes, desearle éxito en su encargo.


Y es que nuestras organizaciones sociales han devenido en grupos de chantaje por una razón simple. La ideología se queda en la notaría y se exhibe solo como un pretexto al chantaje.


Con organizaciones dispuestas al chantaje y un gobierno dispuesto a dejarse chantajear, el círculo no se cerrará. La ejemplar detención de Elba Esther gordillo y el contundente mensaje del Presidente Peña Nieto en la clausura de la Asamblea Nacional del PRI de que “en México no hay intereses intocables” podría verse como mensaje también para los gobernadores.


Probablemente una segunda solución a nuestro casi cotidiano sufrir sea el convencimiento a nuestros gobernantes de que el “costo político” no debe seguirse viendo bajo el cristal de la “represión” sino con los espejuelos de la inacción. Que la causa de un rechazo en las urnas, único espacio donde puede mostrarse la voluntad mayoritaria de los gobernados, es indiscutible: el desorden, el caos, las marchas y los bloqueos.


Ninguna política interna del estado puede ser exitosa cuando se aplica selectivamente la ley, cuando el peso de su claridad, sin ambages ni ambigüedades, se deja caer indistintamente sobre todos.


Hoy queda demostrado que una de las características del Estado, que le sitúan por encima de otras formas de organización política que la historia ha conocido, no se cumple: el grado máximo de la concentración de la coacción; el monopolio legítimo de la violencia para imponer sus decisiones.


La política nunca debiera tomar el lugar del Derecho. Si no, que el gobernador envíe al congreso iniciativas de ley para derogar los artículos 164, el capítulo primero del título tercero, el capítulo cuarto del título cuarto y la fracción segunda del artículo 346 relativos a las disposiciones que castigan la asociación delictuosa, el ataque a las vías de comunicación, delitos cometidos contra funcionarios públicos y violación de garantías, que son letra muerta cuando de organizaciones sociales se trata.


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