CARTA A JORGE ESTEBAN SANDOVAL OCHOA Y ARTURO OSORNIO SÁNCHEZ
Muy estimados señores:
Comenzaré reconociéndoles lo que nadie o casi nadie, a últimas fechas, les ha reconocido: su disposición y su voluntad para sobrellevar la nada sencilla encomienda de conducir al complejo PRI oaxaqueño en este tortuoso proceso electoral; tiempo y voluntad que con mayores satisfacciones pudieron haber empleado en latitudes mejor conocidas y más confortables políticamente.
Al tiempo de discurrir estas líneas, se estará preparando un documento que la corriente interna de opinión con la que simpatizo, les hará llegar y con cuya idea central concuerdo. Era, sin embargo, imperativo dejar constancia de la exclusividad de algunas reflexiones.
Es esta, una misiva que no espera respuesta. Puede entenderse como políticamente inadecuado. Su contenido puede no ser compartido por algunos, pero sí suscrito por muchos priístas que como yo, con más de la mitad de la vida invertida en militancia, se muestran preocupados y ocupados por el futuro inmediato del PRI en nuestro estado.
Soy de los miles que, como ustedes, el primero de julio no celebramos nada e iniciamos un ejercicio profundo de reflexión y prospectiva. ¿Hacia dónde encaminaría ahora los pasos nuestro otrora hegemónico partido? fue la pregunta inicial. Sólo dos caminos posibles nos aguardan: la refundación, con el espíritu que nuestro presidente nacional abrazó en su mensaje de toma de protesta; o un papel testimonial de cara al escenario adverso que los electores dibujaron en la nueva realidad política de Oaxaca.
Los electores decidieron y no lo hicieron a nuestro favor, pero tampoco desfondaron al PRI que, muy a pesar de los vicios, componendas y malas decisiones de algunos de sus miembros, logró parámetros todavía aceptables de aprobación electoral. La elección en Oaxaca no la ganaron los mejores. En medio de la crisis del sistema de partidos en Oaxaca, el PRI dejó de hacer mucho y por él dejaron de hacer otro tanto quienes estaban obligados a ello. Arribamos al proceso electoral en medio de la displicencia que ahondó la división interna, con un proceso de selección de candidatos que dejó inconforme o al menos insatisfecha a la mayoría y el resultado aún nos duele.
El PRI en los últimos lustros devino en una estructura recicladora de talentos. Apellidos y rostros omnipresentes con sus personalidades y el mismo estilo de hacer política. Al partido se le enquistó y se le hizo presa de su dinámica interna; nuestra competencia al interior, nos distrajo de nuestros verdaderos adversarios. Perdimos rumbo en la medida en que se le alejó de su razón de ser más allá de su militancia y no se diga de su nomeklatura: de la ciudadanía.
El PRI ya no era institución que traducía representatividad social en representatividad política. Reproducía representatividad política en más representatividad política y la consecuencia fue el epítome del desgaste. Muchos militantes y cuadros que, como quien esto escribe, fueron beneficiarios laborales y políticos de los gobiernos priístas, de pronto fueron con razón o sin ella excluidos o desplazados de las decisiones y los procesos importantes por una aristocracia que administró al PRI como club de amigos, por decir lo menos; y lo más grave, cancelaron la posibilidad de desarrollo político de muchos jóvenes y mujeres que debieron refrescarlo entrando por la puerta de la capacitación política y la formación ideológica. Nuestro partido se entregó al pragmatismo vertical y los mismos de siempre llegaron a ser insuficientes, primero e ineficaces después.
No sabemos cuánto tiempo dure la encomienda de ustedes en Oaxaca. Si ella alcanza la
conducción, también del proceso interno de elección de la nueva dirigencia estatutaria, es grave la responsabilidad conferida y muy altas las expectativas. En sus manos, compañeros presidente y delegado, está el PRI que viene y de sobra está decir que requiere como nuevos cimientos la objetividad, la imparcialidad, la inclusión y el bien común de los priístas, no el de unos cuantos; menos el de los mismos de siempre.
Que estas líneas no se interpreten provocadoras ni desafiantes. La legitimidad, si es que se pretende un nuevo PRI, no puede venir de otra fuente que no sea la voluntad mayoritaria de militantes y simpatizantes. Una elección abierta con voto universal y secreto será, a mi juicio, la mejor posibilidad de refundación. Algunos podrán no estar de acuerdo con el resultado pero los triunfadores nacerán, ahora sí, legitimados jurídica y políticamente para iniciar un verdadero trabajo de reconciliación, como presupuesto de competitividad para el próximo proceso electoral para elegir diputados al congreso del estado y presidentes municipales el año por venir.
El PRI debe dejar de moverse solo sobre su membresía, sobre su voto duro. No hay mejor manera de acercarse a los ciudadanos que mantener abiertas, sin reservas, las puertas del PRI, redimensionar el papel y la función de nuestros sectores y organizaciones; ubicar en el lugar de privilegio que les corresponde a los organismos especializados de capacitación política y divulgación ideológica; reencauzar el trabajo de los comités municipales volviendo los ojos a los seccionales. Los priístas aquí están, no se han ido, ni es conveniente que se vayan. Hay que asignarles tareas dignas y específicas para la acción política.
El PRI es de todos y todos, sin excepción, tenemos mucho que aportar. La competencia interna no debe temerse. La palabra final, siempre sabia, la habrá de tener el ciudadano simpatizante o militante con su voto.
Ante la inminente renovación estatutaria de nuestra dirigencia estatal, una elección directa por la base militante, aprobada por nuestro Consejo Político Estatal, entre las opciones presentadas por nuestro Reglamento para la Elección de Dirigentes y Postulación de Candidatos, pondrá a cada quien en su lugar.
Reciban mi más sincero agradecimiento por la deferencia de su atención.
Moisés Molina