sábado, 17 de noviembre de 2012

"SOY DE IZQUIERDA"

LA X EN LA FRENTE

Moisés MOLINA

“SOY DE IZQUIERDA”


A lo largo de los últimos meses de cercana convivencia académica con jóvenes universitarios, ha llamado poderosamente mi atención la natural y hasta, en apariencia, congénita simpatía de buen número de ellos por “la izquierda”. En un ejercicio de clase, cuando les pedía que se definiesen, no pocos complementaron su nombre con un “soy de izquierda” o “soy izquierdista”. Muchos de mis contemporáneos y aún más, de generaciones adelante atajarían explicando que mis alumnos son muy jóvenes, que les falta vivir, que aún no saben lo que quieren, que no saben bien lo que hablan.


Lo cierto es que las razones van más allá de la irrespetuosa subestimación. Son jóvenes inquietos, limpios, lúcidos y reflexivos. Ignoro cuáles sean las mediaciones de su entorno, pero sus dichos de identidad merecen, mínimamente, mi respeto.


Lo que me preocupa no es la bandera que desde hoy empuñan, la identidad que a su edad asumen, sino el hecho de que los contenidos de esa limpia y sincera militancia no correspondan a la realidad. Ellos quieren la justicia, la igualdad, van contra la pobreza, contra los poderosos y en defensa de los débiles; quieren un México donde, Magonianamente, sobre un pueblo inmensamente rico ya no vegete un pueblo incomparablemente pobre. Aborrecen la corrupción, las trampas, los fraudes; urgen equidad en las competencias y transparencia en el ejercicio de los presupuestos. En una frase, quieren poner de pie lo que consideran está de cabeza.


Ello los anima, los mueve, los impulsa a –sin rubor- utilizar el mejor calificativo de izquierda. Aún no conocen la frase ni el autor, pero sienten con Raúl Jardón que es en ese lado – el izquierdo- “donde piensa más limpiamente el cerebro y late con fuerza el corazón”. Son jóvenes por antonomasia románticos, quijotescos, irreverentes, invencibles.


Pero, ¿es esa la izquierda que tenemos en México? ¿Representan los políticos que asumen el calificativo, esos ideales? Peter Singer sugiere de modo inmejorable una distinción para México: “La izquierda como una fuerza política organizada y la izquierda como amplio cuerpo de pensamiento, un espectro de ideas en torno a la consecución de una sociedad mejor”. En México y en Oaxaca no tenemos siquiera lo primero; la izquierda, como fuerza política, es desorganizada y como lo refleja elocuentemente nuestro gobierno, es un verdadero desastre. De lo segundo, ni hablamos.


Basta con hacer una rápida revisión mental de sus exponentes, nombre por nombre, rostro por rostro, trayectoria por trayectoria; y son unos pocos, escasos, quienes alcanzan un juicio benévolo alejado del ejercicio torcido de la política. En un país donde los políticos, al margen de las etiquetas, tienen más de lo que sospechamos, en común, no hay lugar para una verdadera izquierda militante dentro de los partidos que trienal o sexenalmente compiten por espacios de poder. Los mismos izquierdistas a ultranza no tienen clara y definitiva aún la respuesta a la pregunta ¿Qué es la izquierda? Ni mucho menos conocen su historia, ni sus pilares de sustento y es esta la razón de que indistintamente idolatren a Marx, a Zapata, al Ché o a Marcos.


Nuestros políticos de izquierda a todos los niveles, ignoran que los cuatro pilares de las teorías y prácticas de izquierda son la dictadura del proletariado, el nacionalismo revolucionario (el mismo que el PRI ostentó durante 80 años como principio de doctrina en sus documentos básicos), la estatización de la economía y el Estado benefactor.


Accionan y hablan a impulsos de intuiciones y por ello entraron, hace tiempo, en un laberinto que Roger Bartra prefiere llamar “lodazal”. A la izquierda militante, la de los políticos que asumen el adjetivo, no le veo esos principios. He atestiguado que no los tienen porque los desconocen, porque los olvidaron o porque no le sirven para el logro de su objetivo preeminente: la obtención y –menos aún- el ejercicio del poder, cuando lo consiguen.


En México no hay una izquierda democrática, AMLO nos mostró desde el Distrito Federal y sus campañas presidenciales, la autoritaria y populista, que también se inoculó a las entidades federativas; la izquierda que no reconoce la derrota, que solo queda conforme cuando gana, con todo y las imperfecciones de nuestro entramado institucional electoral; la que ofende para manifestar su discrepancia, la intolerante, la que no dialoga, sino quiere imponer sus juicios. No se ve por ningún lado en nuestro país ni en los estados esa izquierda “no Borbónica” de Teodoro Petkoff, que Álvaro Vargas Llosa llamó izquierda vegetariana; solo sufrimos los efectos de una izquierda Borbónica, carnívora.


La nuestra es una izquierda como fuerza política, que se ha quedado sin intelectuales, que los ha expulsado. Los intelectuales que gravitan en torno a ella se han convertido, como dijo en mesa redonda para la revista Letras Libres el mismo Bartra, en “abajo firmantes” o “simples floreros”, incapaces de “traducir las ideas del adversario y de otros lados del planeta y así alimentar intelectualmente al partido”. Ugo Pipitone sentenció que el PRD es el único partido importante de izquierda en América Latina sin intelectuales.


La izquierda que tenemos en México es dominada por el gen de la oposición. Sigue sintiendo que mientras no gane la presidencia no ha ganado nada, a pesar de su importante presencia en los poderes legislativos y en los gobiernos estatales. Es una izquierda que se sigue oponiendo al cambio, que se planta, izquierda de resistencia incluso en aquellos lugares que gobierna, como sucede en Oaxaca, de discurso apocalíptico y de “esquizofrenia antiinstitucional” como lo dijo Jesús Silva Herzog-Márquez, antes que Jesús Ortega.


A merced de partidos de notables cuyos miembros prominentes se enriquecen convirtiendo la “lucha social” en una poderosa industria y enferma de ese “voluntarismo heroico de bajo contenido propositivo” que definió Pipitone, ¿Qué le espera a esos jóvenes deseosos de aportar sus energías a un proyecto de izquierda?
Humberto Beck, joven ensayista brillante dejó en una exhaustiva revisión bibliográfica las ideas para la izquierda que, por el momento, no se ve que quieran impulsar los izquierdistas empoderados: el plan para una pensión global de R. Blackburn; el fondo de impacto en la salud de T. Page; el ingreso básico universal de P. Van Parijs; las dotaciones de capital de B. Ackerman y A. Alstott; y la economía solidaria de Bonaventura de Souza.


El pragmatismo nos engulle y el desprecio por el electorado es común también a nuestra izquierda. Parece lejano el día en que la izquierda militante de este país y de nuestros estados, responda en voz de sus líderes con la sencilla sabiduría de Henry Spira cuando Peter Singer le preguntó las razones de sus defensas: “Estoy del lado de los débiles y no de los poderosos ; de los oprimidos y no del opresor; de la montura y no del jinete”; de su deseo de hacer algo para disminuir la inmensa cantidad de dolor y sufrimiento que existe en nuestro universo; para una distribución más equitativa del ingreso.


@MoisesMolina

moisesmolinar@hotmail.com

martes, 13 de noviembre de 2012

DISCURSO A ANDRÉS HENESTROSA

DISCURSO A ANDRÉS HENESTROSA

Moisés MOLINA


En el año de 1903, en el trigésimo tercer aniversario luctuoso de Benito Juárez, “el príncipe de la palabra” Jesús Urueta, pronunció un discurso cuyo inicio podemos dedicar perfectamente hoy a Don Andrés Henestrosa:


“No vestiré mi discurso con los luengos ropajes de las graves oraciones fúnebres, esta no es una fecha de duelo colectivo, sino de universal regocijo… el día de hoy no debe entenderse como el día de la muerte, por que el día de hoy, es el día de la resurrección”


Amigas y amigos:


Y una vez más volví al indio mexicano monolingüe. Hasta en tanto no hable el español, será ajeno a su vecino que solo hable el español. Mientras no hablemos todos una lengua común, México estará por hacerse. Y es que el idioma es –dijo Don Miguel de Unamuno- la sangre del espíritu. El idioma es la otra sangre de las venas.


“La lengua es la Patria” es el nombre del texto escrito por el maestro Henestrosa hace algunos ayeres, del que robé las palabras con que inicié este discurso. Decidí hacerlo así, porque considero que si sólo una enseñanza se me permitiera conservar, entre las muchas que Don Andrés nos ha legado y las muchas que sin duda están por venir de su sabia pluma, me quedaría con el ejemplar deseo de que todas las mujeres y todos los hombres de este país nos hermanáramos, sin demérito de la conservación y fortalecimiento de la lengua materna, si se es indígena, en la lengua de Castilla, en el idioma castellano. Me quedaría con el ejemplar deseo implícito, aunque no anunciado, de la castellanización plena de los mexicanos, como primer paso para poder vernos y tratarnos, de una vez por todas, como iguales.


Señoras y Señores:


Hoy nos hace coincidir, en este jirón de la patria, un oaxaqueño ejemplar, de San Francisco Ixhuatán; mexicano universal que no necesita estatuas, por que don Andrés, dicho sea con todo respeto, es un bronce y un mármol viviente; un personaje que sigue despertando en jóvenes y adultos el orgullo de ser oaxaqueños. Andrés Henestrosa es un hombre de luces, es un representante genuino de la profundidad de pensamiento de nuestra tierra.


Cuentan que hasta la edad de quince años, nuestro homenajeado, ignoraba el castellano, y eran el zapoteco y el huave, el material de sus pensamientos y de sus sueños. Cuentan que en su casa en Ixhuatán solo existían dos libros, uno en prosa y uno en verso. Cuentan que Don Andrés, nunca quiso separarse de su madre, hasta el año de 1922.


“Allí en la estación se quedaba mi madre para volver sola, a caballo, al pueblo. Al finalizar aquel año de 22, salí para la capital de México. Mientras llegaba el tren, aconsejaba y acariciaba mis cabellos rebeldes, que por primera vez peinaba y se empeñaba en domesticarlos con un pequeño peine. Silbó el tren. Me monté a él y estoy seguro que lloró aquella noche todas las lágrimas que ante mi contuvo. Estoy seguro, porque yo me siento anclado, como una pequeña embarcación, a un río de llanto”.


Este era un pedazo de vida, convertido en un pedazo de novela, un fragmento de autobiografía. Una ínsula de amor filial que hizo de “El retrato de mi madre” una de las más grandes narraciones jamás escritas en la lengua de Cervantes.


“Cuando uno –dijo Efraín Bartolomé, laureado poeta chiapaneco, en uno de tantos homenajes al maestro Henestrosa en Coahuila—, cuando uno pasa los ojos por “El Retrato de mi madre”, comprueba que su prosa huele a pan recién hecho, sabe a lo que sabe la maravilla, nutre cuerpo y espíritu y está al margen del tiempo: no envejece, no se enmohece, no pierde propiedades”. La pudieron leer los contemporáneos del poeta y la encuentran deliciosa. La leemos las mujeres y los hombres de diez generaciones posteriores y la encontramos igual. Nos sabe a lo mismo, “a lo que sabe la maravilla”. Quien mejor que Octavio Paz para emitir un juicio autorizado: “Las de Henestrosa, -dejó dicho- son páginas que no tienen una sola arruga.”.


Ello mismo podemos advertir en “los hombres que dispersó la danza” de 1929, excelente tributo a nuestros cuentos y leyendas, obra inspiradora del premio nacional de cuento, mito y leyenda que lleva el nombre de nuestro querido maestro; en “divagario”; en “agua del tiempo”; en “los caminos de Juárez”, lo mismo que en el prólogo de una de las biografías más extraordinarias de todos los tiempos acerca del primer presidente indio de toda la América Latina: “Juárez y su México” de Ralph Roeder.


Hoy orgullosamente participamos en este homenaje que el pueblo de Oaxaca rinde a uno de los hombres que han sabido estar a la altura de su historia, a quien fonetizó la lengua zapoteca, preparó su alfabeto y además un breve diccionario; a quien ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua desde 1964; a quien ha escrito más de 18 000 páginas, incluyendo notas periodísticas, en más de 70 años de trabajo; a quien fue catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México y la Escuela Normal Superior de Maestros, durante 40 años.


Acudimos llenos de emoción a reconocer la trayectoria y la obra de quien, como él mismo dijo alguna ocasión refiriéndose a Ignacio Manuel Altamirano, es “un indio con alma de griego” y de quien “ha luchado por ser un hombre y un escritor”, palabras con las que algún día, él mismo, se refirió a Octavio Paz; de quien nos ha enseñado a través de esas páginas inmarcesibles, sin tiempo y sin edad, que el hombre como el labrador, se labra mientras labra, que la historia es cultura y la cultura es continuidad, que en el hombre nuevo, no muere el hombre viejo, que pocos pueblos hay como el mexicano, que más confíe en la virtud redentora del alfabeto, de la letra, del libro, de la escuela y de la biblioteca; del hombre que le dijo a un presidente de la república que diera al mexicano libros y bibliotecas y la redención le vendría por añadidura.


A escasos días del 30 de noviembre, fecha de su cumpleaños los jóvenes le decimos: felicidades maestro y gracias por todo lo que ha hecho por nosotros y por nuestro pueblo. En nuestras memorias ocupará por siempre un lugar especial aquella imagen que con maestría Ricardo Garibay nos dejó inmortalizada en palabras: “este hombre de pasos duros y aire caminero, de labios infantiles y ojos sonrientes, que vive entre violentas flaquezas y virtudes, dispuesto a todo horror y enamorado del Sermón de la montaña”.


Este hombre se llama Andrés Henestrosa.


Muchas gracias.