viernes, 29 de agosto de 2014

POLÍTICOS MEDIOCRES

LA X EN LA FRENTE
Moisés MOLINA

El actual estado de cosas en Oaxaca puede asumir las más diversas explicaciones. Últimamente he estado cavilando en torno a una de ellas; no con un afán ocioso, sino de transformación. Es menester poner manos a la obra porque si lo hacemos todos así, el cambio es posible.

Cuando, a diario, interactúo con mis compañeros y amigos, veo sus rostros, escucho sus palabras, comparto sus ideas y atestiguo sus sueños; cuando sé de sus proyectos y atisbo sus muy diferentes formas de concebir la realidad y de encarar la vida, la chispa no solo se manifiesta, sino deslumbra. Recibo el mensaje de que hay presente y hay futuro, porque hay esperanza.

A esos guerreros y guerreras de la vida -anónimos para muchos- van dedicadas estas líneas. No solo a los verdes, sino a todos aquellos que desde su militancia o desde su apartidismo, hacen lo que pueden y no se resignan a ser espectadores.

La política en Oaxaca (y no se necesita pertenecer a un partido, estar en el gobierno o ser diputado para hacer política) ha caído en la peor de las desgracias: la mediocridad.

¿Quién es un político mediocre? El que subsiste, el que sobrevive, el que se deja arrastrar por la corriente de los acontecimientos; el que no se informa; el que escucha noticieros o lee periódicos o revistas satisfecho del morbo; al que le da igual que las cosas cambien o no, lo mismo que quien desea que los cambios se den sin mover un dedo.

Un político mediocre es el que administra la eufonía de un membrete; el que reduce su tarea a repartir tarjetas de presentación y espera que se le rinda pleitesía; el que vive en un Olimpo y quien no se puede tocar ni con el pétalo de un tweet.

La mediocridad gangrena al que espera hasta el último momento para definirse, para abrazar una causa. Un político mediocre es quien busca siempre el confort que brinda la seguridad de saberse con el ganador; el que no está dispuesto a arriesgar nada; el que no busca y ni siquiera se deja encontrar.

Un político mediocre es un ser humano sin hambre de futuro, sin metas; el que pusilánime se incomoda y estalla en cólera ante la acción y el trabajo de otros; el que solo quiere hablar y no tiene nunca tiempo para escuchar; el que manda acostumbrado a que su voluntad siempre se haga y no participa, no se involucra, no arrastra con el ejemplo.

¿Cuál es la clave contra la mediocridad? Pasión, vocación o inspiración que sin ser lo mismo, comparten la misma raíz emocional.

¿Tenemos políticos apasionados? ¿Tenemos políticos con vocación? ¿Tenemos políticos inspirados?

Hace no mucho leí a Valdano, que para ser futbolista es mejor político que muchos que conocemos. Me atrapó la forma en que concibe la pasión: “La pasión contiene el amor a la tarea, y esa emoción se las ingenia para convertir en reto las largas sesiones de entrenamientos; en tolerable la disciplina de eso que hemos dado en llamar ; en seductores, los sueños que anticipan días de gloria”.

¿Qué decir respecto de la vocación? De mi actual lectura comparto: “Entre sus varios seres posibles, cada hombre siempre encuentra uno que es su ser genuino y auténtico. La voz que lo llama a ese ser auténtico es lo que denominamos ”.

Tenemos, en exceso, políticos cuyo ser “genuino”, “auténtico”, es de empresarios, de médicos, de arquitectos, de comerciantes, de artistas, de agitadores, de estafadores. Su vocación es otra, no la política; de ahí que a los gobernados les regalan solo tristezas, amarguras y sin sabores, siendo que el fin de la política es la felicidad.

¿Por qué necesitamos políticos inspirados? Dejémosle la respuesta a Greene: “Cuando llevamos a cabo una actividad que responde a nuestras inclinaciones más hondas, quizá experimentemos un dejo de esto: la sensación de que las palabras que escribimos o los movimientos que hacemos ocurren con tal rapidez y facilidad que nos llegan de fuera. Nos sentimos literalmente , palabra latina que significa que algo externo alienta en nuestro interior”.

He ahí las razones de los políticos chambistas, lacónicos, pusilánimes, ayunos de emociones, hastiados, fastidiados, sin ubicuidad. He ahí la explicación del que habiendo ganado una elección o alcanzado un nombramiento o designación, cambia radicalmente su actitud y se desentiende, se ausenta, renuncia a lo que debía ser el más alto honor: servir.

Después de satisfecha la necesidad de triunfo y reconocimiento, al ego no le sirve el servicio. Muerta la capacidad de asombro, atrofiada la disposición a aprender caminan como en un campo minado. Su única preocupación es no pisar en el lugar equivocado. No hay que arriesgar, no hay lugar a la temeridad, hay que aguantar, mediocremente.

Ya basta de políticos a quienes no les guste lo que hacen; ya basta de políticos obsesivos de la manera más fácil posible de ganar dinero.

Oaxaca merece políticos con vocación, con pasión e inspirados que estén dispuestos a transformar más allá de los aplausos, más allá de las críticas, más allá de los periodicazos, lejos de las consignas.

Esa no puede ser tarea de nadie más que de la nueva generación.

lunes, 25 de agosto de 2014

GABINO, REACCIONA!

LA X EN LA FRENTE
Moisés MOLINA


¿Qué hacer frente al hartazgo? La gente, nuestra gente, parece estar harta de todo; hasta de la política, de los partidos, de los mismos de siempre, de la falta de oportunidades, de una situación económica personal de insatisfacción; harta de las campañas, de los diputados, de los senadores y de su gobernador.

La gente está hasta del cambio porque ya no encuentra referente y lo resume en un ardid publicitario, un engaño.

¿Qué ha cambiado en Oaxaca? Prácticamente nada y los cambios perceptibles son para mal. Falta de circulante, parálisis económica, partos en los patios de las clínicas, desabasto de medicamentos, un creciente número de negligencias en diverso grado en las instituciones públicas de salud; un vacío de autoridad capitalizado por la delincuencia, asaltos (lo mismo a autotransportes turísticos que a comunicadores), un secretario de seguridad pública erigido en capricho gubernamental, una ciudad secuestrada por organizaciones sindicales que paralizan no solamente el tránsito vehicular.

La violencia parece ser la constante en Oaxaca; violencia de palabra y obra que la omisión gubernamental incentiva. El ejecutivo ya no ejecuta, pretexta.

No sé si exista un estado más sufrido que el nuestro. No sé si exista parangón en estoicismo para una ciudadanía que ha soportado de todo y que ha sido testigo de todo lo que el anti gobierno pueda significar. En Oaxaca, claro está que no se gobierna, se administra el conflicto.

Los operadores más experimentados no han podido hacer nada, simple y sencillamente porque no hay liderazgo, una punta de lanza, una figura de autoridad que infunda respeto, que encarne la investidura. Y lo más grave es que al gobernador no parece importarle.

Gabino Cué se ha alejado paulatinamente de su pueblo, de ese que se volcó en las urnas para elegirlo, porque de los demás nunca pareció ocuparse; nunca los vio, nunca los escuchó.

La oposición es una entelequia y ¿cómo no serlo cuando el poder es ciego y sordo? Ensimismado en soliloquios complacientes, en notas pagadas, ayuno de reflexión disfraza la complacencia con harapos de tolerancia; oculta la incompetencia tras montañas de excusas que ya a nadie importan.

Los ciudadanos, los pocos que se organizan sienten una doble impotencia; impotencia por la situación reinante de inseguridad, caos y crisis económica e impotencia por la sordera y ceguera de quien debía estar obligado no solo a escuchar, sino a responder.

¿Para qué gobernar entonces? ¿Para qué el poder? ¿Qué motiva al gobernante a permanecer en el cargo?

Quizá sea solo mi percepción, pero al gobernador se le nota cada vez más el fastidio. Lo que debía ser el más alto honor para un oaxaqueño, parece haberse convertido en el mayor lastre, en la más grande molestia. Con ese ejemplo ¿qué esperar de sus funcionarios?

¿Le tocó a usted ver a Gabino candidato? ¿Es el mismo en actitud como gobernante?

La diferencia visible entre candidato y gobernante debía ser que el primero representa a un partido o a una coalición o, si se le quiere ver de distinta forma, a un proyecto político, mientras el segundo representa a todos, gobierna para todos. Gabino no gobierna para nadie; en este último trecho parece no gobernar ya ni siquiera para el mismo ni su grupo.

Lo lamentable no es ya si Gabino se separa o no del cargo, que renuncie a sus funcionarios; lo desolador son los argumentos que está procurando a la gente para responderse ¿para qué votar? No es ya solamente asunto del poder ejecutivo, del gobierno; es asunto de la democracia y de uno de sus valores centrales: la participación.

Este gobierno podría tener como principal herencia más abstencionismo. A estas alturas haga usted –amable lector- el siguiente ejercicio: Diga en voz alta lo primero que se le venga a la mente cuando lea “Gabino”. Probablemente no alcance usted a hilar una frase, ni siquiera una palabra. Tal vez una elocuente expresión se dibuje en su rostro como un acto reflejo.

¿Qué hacer para que nuestro gobernador entienda dónde está sentado? ¿Qué hacer para qué reaccione? ¿Qué hacer para que el gobierno recupere sus pies y sus manos y le sirvan para algo más que para tomarse la cintura y rascarse la cabeza? ¿Qué hacer para que abra los ojos, se destape los oídos y asuma la responsabilidad por millones de personas afectadas por el accionar del gobierno? Seguro de que nuestro gobernador ni siquiera leerá esta columna y con serias sospechas de que ya ni siquiera lea la prensa, le dejo a usted estas interrogantes.

La respuesta debía estar en el legislativo, dándole sentido al equilibrio de poderes. Pero el legislativo parece haber caído también en la trampa del ornato. Ni lo ven ni lo oyen, quizás porque no habla fuerte ni claro.