LA X EN LA FRENTE
Moisés MOLINA
EL CENTENARIO QUE A NADIE IMPORTA.
“Antes de nosotros nada;
Después lo nuestro”
Ateneo de la Juventud.
La euforia de 2010 nos ha hecho olvidar o soslayar, en el mejor de los casos, fechas de trascendencia. Los cien años de la Revolución y los doscientos de la independencia lo inundan todo y sus festejos “se han comido” un año que, en el calendario no les corresponde: 2009. El 28 de octubre pasó prácticamente desapercibido otro centenario. La inmediatez de los hechos ganó la batalla mediática a la historia y el paquete fiscal, lo mismo que los tenis de Andrés Manuel jr. hicieron que nos olvidáramos del “Ateneo de la Juventud”. Aquel grupo de mentes brillantes que, en los albores del siglo XX, defendieron con heroicidad las humanidades poniendo muy en alto el nombre de la juventud. Su bandera hoy yace olvidada, en espera de una generación que se decida a tomarla, que haga de la erudición un ministerio y retome la formación académica como una buena base de solución a los grandes problemas nacionales. La del Ateneo fue una generación que, tutelada por Justo Sierra –paradójicamente- desde el ministerio de educación Porfiriano, formuló serios y profundos cuestionamientos al positivismo como filosofía del régimen en tiempos donde las artes y las humanidades eran forzadas a ceder su lugar al conocimiento “positivo”, el mismo que “los científicos” más que Don Porfirio, al igual que otras tantas cosas importaron de la Francia de August Comte. Era una generación adelantada a su tiempo, jóvenes sobresalientes que sentían la urgencia de regresar al origen, a lo humano; que tenían plena conciencia de que el comprobable y experimentable, no podía ser el único conocimiento válido y apelaban por ello –como quería Pascal- a aquellas razones que la razón no entiende. Antonio Caso, Rafael López, Jesús T. Acevedo, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, José María Lozano, Nemesio García Naranjo, Ignacio Bravo Betancourt, Carlos González Peña, Luis Castillo Ledón, Isidro Fabela, Manuel de la Parra, Juan Palacios, José Vasconcelos, Genaro Fernández MacGregor, Eduardo Pallares, Emilio Valenzuela, Alfonso Cravioto, Guillermo Novoa, Ricardo Gómez Robelo, Marcelino Dávalos, Rubén Valenti, Francisco J. César, Enrique Escobar, Carlos Barajas, Evaristo Araiza, Abel C. Salazar, Roberto Argüelles Bringas, Eduardo Colín y Eduardo Xicoy conformaron aquella pléyade intelectual llamada a cambiar el rumbo de la historia. La génesis del Ateneo se le debe en mucho a Caso. Fueron sus siete conferencias una por cada viernes del 25 de junio al 25 de agosto de 1909, las que le dieron origen. El análisis semanal del Positivismo durante las tres primeras semanas y su mordaz crítica dentro de las cuatro últimas, permitió a Caso hacer despuntar su liderazgo intelectual, superior incluso al del Dominicano Pedro Henríquez Ureña. Susana Quintanilla escribe: “Si en las primeras el positivismo fue presentado como un monumento monolítico, en las posteriores se mostró la debilidad de sus cimientos y todas sus grietas para ser visto como lo que era, una ruina a punto de la demolición final”. El instrumento de los ateneístas no fue la lógica de Mill, más bien la corriente idealista de Kant y del pensamiento alemán. Caso, aprovechó su recién adquirido liderazgo para la formación de una “asociación no escolar e independiente del gobierno, un Ateneo para la Juventud”. La cita fue a las 19:00 horas del 28 de octubre de aquel año en el Salón de Actos de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, un sitio “incómodo pero céntrico”, en la Esquina de San Ildefonso y el Relox, en la Ciudad de México. Caso abrió la reunión con un discurso expositivo de los propósitos y fines intelectuales, al que siguió la elección de una comisión redactora de sus estatutos: el mismo Antonio, Ignacio Bravo Betancourt y Pedro Henríquez Ureña fueron los encargados. En su propia reglamentación, atendida a pie juntillas, radicó su grandeza; eran bellas ideas en que los jóvenes empeñaban lo que yo llamaría su intelecto entusiasmado: “Trabajar en pro de la cultura intelectual y artística de México”. Figuras internacionales de la talla de José Enrique Rodó, Fernando García Calderón, Andrés González Blanco y Manuel Machado fueron sus inspiradores y protectores. Sirvan estas líneas como un homenaje a aquellos hombres en este centenario que a nadie importa. Antes de llenarse la boca con falsos deseos de un buen presente y un mejor futuro debían muchos de nuestros políticos, comenzando por nosotros, los políticos jóvenes, clavar la mirada y la conciencia es este fértil episodio de la historia de México. Las revoluciones, está probado, es más lo que destruyen que cuanto edifican. Solo la revolución de las ideas hace posible que las naciones progresen. Para que antes de nosotros sean ellos; después lo nuestro.
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