LA X EN LA FRENTE
Moisés MOLINA
VOTAR, NO VOTAR O VOTAR EN BLANCO
A propósito del “voto en blanco”, en su artículo del pasado viernes en Milenio diario, Leonardo Valdez Zurita, Consejero presidente del IFE hacía mención de que “el voto ha constituido, sin duda, el instrumento más acabado que tienen (los ciudadanos) a su alcance para intervenir en los asuntos públicos, integrar la representación política, establecer términos de comunicación con sus gobernantes e incidir en decisiones de interés general”. Y es que esta campaña iniciada, pareciera, como una ocurrencia desde la frescura del internet ha cobrado, junto con la de Alejandro Martí proporciones interesantes e inéditas. Ambas denotan el descontento de un sector de la ciudadanía participativa que se ha cansado de ver la inmovilidad e ineficacia de un sistema de partidos que es llevada a las instituciones y sobre todo al poder legislativo. Contrastantes, ambas confluyen en la necesidad de sacudir el sistema político y hacer sentir la mano ciudadana en la cuna de la partidocracia mexicana. Martí pide a la gente votar solo por quienes “garanticen” mediante notario público una serie de compromisos mínimos sobre todo en materia de seguridad y justicia; los “anulacionistas” piden al elector acudir a la urna para cancelar su boleta electoral, es decir emitir un voto nulo en señal de descontento y hartazgo con el actual sistema de partidos, con sus candidatos y sus propuestas de cartón. Razonan que teniendo un porcentaje interesante de votos nulos a nivel nacional, los políticos reflexionarán sobre el agotamiento del sistema de partidos y comenzarán a tomar más en serio a la ciudadanía a la hora de hacer campañas, leyes y de tomar decisiones gubernamentales. Las palabras siempre lúcidas de Denise Dresser son elocuentes: “El sistema de partidos funciona muy bien para la clase política, pero muy mal para la ciudadanía. Siento que si tacho la boleta a favor de cualquier persona en estas condiciones, contribuiré a legitimar un sistema que actúa cotidianamente al margen de la ciudadanía” (Reforma junio 18. P.6). Seguro es que algún efecto habrán de tener ambas proposiciones ya ampliamente difundidas en los medios. Más cuando en la segunda se han involucrado analistas de renombre tomando posiciones a favor del voto nulo y en contra. Sergio Aguayo, José Antonio Crespo, Denise Dresser y Leo Zuckermann se cuentan entre los primeros; Jorge Alcocer, Jorge Buendía, Lorenzo Córdova, Federico Reyes Heroles, Jesús Silva Herzog Márquez y José Woldenberg, entre los segundos.
El asunto es que muy probablemente nuestros diputados llegarán a San Lázaro con un grado de legitimidad muy bajo, menor que en anteriores elecciones intermedias, no por el número de personas que van a acudir a las urnas, sino por los ciudadanos que expresarán su voluntad con un voto en blanco. En la última elección intermedia de 2003 se contabilizaron 896 mil 649 votos nulos. Será un buen parámetro para medir los estragos que en la presente elección causará. Si, como sus promotores estiman, la fuerza de este voto en blanco se hace sentir más en los jóvenes, no se debe perder de vista el peso que esta franja poblacional tiene en la lista nominal y que es del 30 por ciento. Con tan poca legitimidad paradójicamente la próxima legislatura tendrá una responsabilidad más alta que las anteriores: la de recuperar la confianza de la gente, al menos de la que participa en política con algo más que su voto y que finalmente hace resonar sus opiniones en los diarios y los medios electrónicos para orientar la opinión del “ciudadano común”. La reelección legislativa y de presidentes municipales, la reducción del número de diputados y senadores y las figuras de democracia semi directa como plebiscito, referéndum y revocación del mandato, así como las adecuaciones de la nueva ley electoral, son solo algunos de los temas que obligadamente tendrán que tocarse una vez instalados en sus curules. Por el momento al ciudadano le han puesto ya en un nuevo dilema, inédito diría yo: votar, no votar o votar en blanco.
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