LA X EN LA FRENTE
Moisés MOLINA
TARTAMUDOS DE LA CONCIENCIA
A la memoria de Aquiles López Sosa.
Recibí con agrado invitación del Instituto Cumbres, para fungir como Jurado Calificador en su concurso “Los líderes hablan”, a celebrarse esta semana con participantes de las distintas entidades del país al cual, huelga decir, acudiré gustoso. Hace tiempo que venimos insistiendo en la necesidad de incorporar la expresión oral como asignatura en el sistema educativo nacional, pero la realidad se impone y la oralidad es cuestión que solo a una minoría selecta parece importar.
Ya Miguel Ángel Carballido ha ocupado su espacio semanal para compartir algunas variaciones en torno al tema, resaltando la importancia de la oratoria en la construcción del imaginario político; empresa osada en un entorno donde la clase política preponderante en los gobiernos o en los partidos, parece sentir un desprecio por la oralidad y recelo por LOS QUE HABLAN, como consecuencia natural y comprensible de sus propias limitaciones. Son los tartamudos de la conciencia.
Y es que, EL QUE HABLA es un líder por naturaleza, porque da coherencia y sentido a sus palabras. Argumenta, razona, contrasta, instruye y además deleita. AL QUE HABLA antes se le llamaba ORADOR y el sustantivo cobraba tintes de adjetivo calificativo, era una distinción. El político usaba la palabra hablada como instrumento eficaz de conducción, de orientación de la comunidad política; señalaba con claridad caminos, alternativas, soluciones. Transmitía a las sociedades confianza, certeza, rumbo. La esperanza se mantenía viva y constituían los discursos el vínculo que le mantenía unido a sus representados.
Cuando las convicciones comenzaron a flaquear y se encaramó la política en el imaginario colectivo como actividad para ganar dinero y obtener poder, la palabra perdió valor. Ya no había qué transmitir. La política ya no necesitaba tribunas y las pocas existentes, como las cámaras de diputados y senadores hasta nuestros días, comenzaron a ser sub ocupadas para lanzar fríos mensajes ajenos a quien los lee. A las palabras se les mutiló y se les encarceló en los diccionarios donde solo reciben visita de semiólogos y lingüistas. La actividad más noble del mundo se refugió en oscuros pasillos, cafés de componendas, bares de negociación, oficinas de intriga y adulación incontestable. Dejó de ser necesario hacer público lo público y hasta se legitimó la política del silencio o de la comunicación a medias.
El ORADOR, EL QUE HABLA, ya no argumenta, justifica; ya no habla con su pueblo, envía boletines. A la palabra se le castra. Es solo significante y significado; la emoción, lo humano se va a la basura. Dejamos de ser, por voluntad propia, humanos enteramente. La voz, el ademán, la gesticulación que, sin llegar al histrionismo hueco, visten las ideas, desaparecieron y la magia de la comunicación humana fue confinada en actividades que se nos presentan superfluas, casi lúdicas: concursos, muestras, festivales de oratoria. Se mantiene a los expertos alejados lo más posible del Olimpo, donde los dioses de la política necesitan la complicidad del silencio.
Recordamos con cariño y -en mi caso admiración sincera- a Aquiles López Sosa. Corría el mes de marzo del año 2001 y acudimos al llamado del H. Congreso del Estado para participar en el Certamen Nacional de Oratoria dentro de la “Primera Jornada de Fe Juarista”. El presidente del congreso era Aquiles y predicó con el ejemplo. En la soledad del salón de sesiones, aún en la Avenida Juárez, animaba a los concursantes la presencia del coordinador de los diputados del PRI. Solo se levantaba de su butaca para atender asuntos de urgencia al llamado esporádico de su inseparable amigo y colaborador Hugo López. Fueron varias horas las que duró el certamen y Aquiles estaba fundido con nosotros, participando de un verdadero festín de apasionados argumentos de las mentes jóvenes. Él, que era un autodidacta fue tocado por la magia de las palabras y seguro estoy – por intervenciones públicas posteriores que de él pude ver y escuchar- de que ese concurso dio un nuevo impulso a su vida. Aquiles, sin temor a críticas, es lo más parecido que he conocido a un líder en Oaxaca, desde que tengo uso de razón. Humano, como todos, pudo haber cometió errores, pero inspiraba “algo” que ningún político que yo conozca ha logrado inspirar. Aquiles hacía política en voz alta.
Muchos, cada vez más, seguimos esperando que la política rompa el silencio; que las palabras dichas vuelvan a ser puente entre clases aisladas; que la oralidad devuelva la confianza al pueblo en el ejercicio público del poder; que en los discursos reencontremos la libertad en su más amplio sentido.
Los partidos políticos deben recuperar su razón de ser a iniciativa de sus militantes. Que los consejos políticos y las asambleas o convenciones sean nuevamente órganos deliberativos y no solo cuerpos colegiados construidos a modo para avalar decisiones tomadas en la penumbra del susurro. Los pueblos que no hablan se suicidan y estamos muy a tiempo de mantenernos con vida con la fórmula belisariana: LIBRES POR LA PALABRA LIBRE.
moisesmolinar@hotmail.com
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