domingo, 1 de mayo de 2011

REELECCIÓN DE LOS DIPUTADOS EN OAXACA

LA X EN LA FRENTE
Moisés MOLINA
REELECCIÓN DE LOS DIPUTADOS EN OAXACA
Para cuando usted – amable lector- se encuentre con este texto, el periodo ordinario de sesiones de la cámara baja de nuestro Congreso de la Unión, habrá culminado. No se ve por ningún lado la voluntad de llamar a un extraordinario en el cual se analicen y voten las que serían las tres grandes reformas del momento: la política, la laboral y mucho menos la de seguridad nacional. Las “culpas” y responsabilidades se siguen adjudicando con mutualidad y las recriminaciones ya no son solo entre partidos, sino entre senadores y diputados de idéntica militancia.
El punto más álgido, tal vez lo represente la reforma política aprobada por el senado como cámara de origen con sustanciosa mayoría de votos, pero “congelada”, al menos durante el próximo mes en la cámara revisora: la de diputados. Ello cancela la posibilidad de que modificaciones sustanciales de nuestra ingeniería electoral, como las candidaturas independientes, puedan ser “estrenadas” en las elecciones de 2012.
Es el PAN contra el PRI y el PRI de Beltrones contra el PRI de Peña Nieto, que arroja como resultante el predominio de la partidocracia en las grandes decisiones nacionales. Quienes acceden a una curul o a un escaño no representan ni parecen querer representar en el futuro inmediato a sus electores; siguen y seguirán comportándose –todos- como legisladores de partido.
¿Cómo entender el precepto constitucional (fracción IV del artículo 116, inciso e) que mandata la libre afiliación individual (en oposición a la corporativa) de los ciudadanos a los partidos políticos en un país donde los legisladores se convierten, una vez tomada la protesta, en súbditos de las bancadas? Pocos son los legisladores que, con valor cívico, traducen sus principios y convicciones en iniciativas, en intervenciones en tribuna o en la libertad de un voto a favor o en contra. La incapacidad de muchos y la desidia de otros tantos encuentra terreno fértil y hasta complacencia en las decisiones de unos cuantos que dictan el destino legislativo de México y sus entidades federativas.
Prueba de lo anterior es el debate legislativo del 27 de abril último en el senado, convertido en diálogo entre no más de seis legisladores y una abrumadora mayoría de espectadores, ávidos por registrar su voto o su abstención e irse a casa. Las sesiones han devenido en meros formalismos bajo el argumento, que a nadie convence, del trabajo previo en comisiones.
El senado y la cámara baja son desde hace algún tiempo “parlamentos” desnaturalizados, silenciados por sus comisiones temáticas. El trabajo de 500 diputados y 128 senadores bien podrían hacerlo unos cuantos con un significativo ahorro para las arcas de la nación. Esto desde luego aplica a las legislaturas de los estados.

Por ello mi interrogante. ¿Está listo nuestro estado para la planteada reelección de diputados hasta por dos ocasiones? El argumento más sólido que se esgrime es el de la profesionalización del trabajo legislativo. La reelección, mediante el sufragio efectivo, sería un premio; la no reelección, un castigo.
Los legisladores no deben llegar a los congresos a profesionalizarse. Cuanto no hicieron en toda una vida política, difícilmente lograrán en tres años. Es tanto como institucionalizar el “echando a prender se aprende”, más en un sistema político como el oaxaqueño, donde compadrazgos, amiguismo y cacicazgo no han ido de la mano con la necesaria profesionalización de quienes integran nuestros cuerpos de decisión política.
Las candidaturas independientes abren una rendija a la posibilidad de que el ciudadano esté “profesionalmente” representado en las cámaras. Las complicaciones vendrán en la regulación secundaria que habrá de acompañar a esta nueva institución del derecho electoral, comenzando por los derechos de los candidatos “independientes” de acceso a tiempos en radio y televisión. Y más allá de ello, con políticas públicas eficaces para elevar el nivel de cultura política de los electores, que corresponden preponderantemente a los órganos electorales y a los partidos políticos.
Los ciudadanos seguimos votando en función de filias y fobias partidistas, así como de afectos o desafectos personales respecto de los candidatos, sin contar con todos aquellos (con un porcentaje significativo) que definen su abstención o la anulación de su voto en razón de fobias hasta odio a todo lo que huela a “políticos”.
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