Son las feministas, probablemente, las huéspedes más enardecidas de las redes sociales; y quizás, las líderes de opinión más congruentes con la defensa de sus causas. Difícil es, en los espacios públicos del debate y la reflexión, aventurarse a emitir un juicio que linde el tema de “la mujer” sin sus reproches o puntuales precisiones.
Este ejército de vigías en indignación permanente pretende ser situado, en ocasiones, fuera de la normalidad social. Es una guerra soterrada contra ellas. Pocas veces de frente; las más a sus espaldas, se les juzga, se les califica, se les ofende, lo mismo desde el espacio privado que desde el público, no se diga, gubernamental. Son las locas, las revoltosas, las argüenderas, “esas pinches viejas” que siempre están (así lo escuché decir alguna vez a un hombre de Estado) “chingando la madre”.
Debo reconocer a título personal que sin ellas, las cosas estarían peor. Habría más ofendidas, más golpeadas, más abusadas. Las muertas serían más; más los padres sin hijas, más los hijos sin madre.
Su lucha para nosotros deja de ser molesta solo cuando hay, como ahora, muertas. Cuando su causa sirve ocasionalmente para despotricar contra el gobierno o simplemente para liberar nuestras frustraciones gritando la injusticia. Ahora que hay twitter, la hipocresía está más a flor de piel para entrega inmediata. Como todas nuestras desgracias colectivas (recién lo escribí) las muertes también se olvidan pronto, y las feministas vuelven a ser lo que nadie quisiera ser o que sus hijas fueran. Así está nuestra cultura. Pero tan pronto consolidan un logro, como lo fue el reciente reconocimiento del feminicidio como delito, nos colgamos la medalla como logro social, ciudadano.
En el fondo, las verdaderas feministas son estoicas, románticas. Batallan sin esperar, sinceramente, nada a cambio. Pero solo ellas se comprenden. Forman una raza aparte, una estirpe de ocasión en un yermo como el nuestro.
Ivonne fue la 220 del sexenio y la 42 del 2013. Así, tal cual, como una estadística la presentaron los medios. Una vida más que se perdía en medio del dolor de una familia que no alivian las justificaciones del procurador, ni todas las consignas contra el gobierno. No es la primera, como no será la última.
Se trata de muertes, pero antes de violencia; y en nuestras sociedades, la violencia es simplemente violencia, aunque la más sensible sea la de género.
El desprecio por la vida es generalizado y vergonzantemente hoy la vida de una mujer vale menos que la de un hombre porque cuesta menos trabajo arrebatarla. Una cuestión de cultura hace que, para muchos aún, la mujer siga siendo objeto susceptible de propiedad, posesión o usufructo. No hay que ir a las comunidades indígenas, las ciudades nos regalan los más lamentables ejemplos.
¿Qué hacer para que deje de pasar? La única respuesta que a mí me convence después de darle muchas vueltas al asunto es: “Hay que hacerles más caso a las feministas”, que no quieren matriarcado, que no piden que el hombre se someta a los designios de la mujer, que no pretenden humillar al hombre; las verdaderas feministas que no quieren intercambio de roles, ni que quieren dejar de ser amadas con la intensidad con la que solo un varón puede amar a una mujer. El hombre es insustituible en la misma medida en que la mujer lo es.
Voy de acuerdo en que hay de feminismos a feminismos, pero en el fondo tienen un rasgo común: el respeto por la vida y por la dignidad.
“No más violencia”, “ni una muerta más”, han sido las consignas que se imponen como moda de un día o una semana; “hashtags” les llaman ahora en las redes sociales. Poco a poco se van metiendo en el subconsciente y en las actitudes diarias.
Alain Touraine vaticina que feministas serán los movimientos preponderantes, triunfadores del futuro inmediato. Más que sociales, son movimientos culturales, parte de un nuevo paradigma.
Antes que Ivonne, fue Elizabeth de Mitla en abril la bandera contra una inaceptable realidad que nos ubica entre las nueve entidades con más feminicidios en el país. Ninguna de las dos, como todas las demás, descansa en paz. Es una realidad que no se cambia de la noche a la mañana.
El feminicidio no existe en los correctores automáticos de ortografía de nuestras computadoras, ni en la Real Academia Española, pero ya está en nuestros códigos penales. Y existe gracias a esas mujeres incomprendidas que están llamadas, por vocación, a seguir “chingando la madre”, a no quitar el dedo del renglón, a dejarnos presente, a fuerza de reclamos, que no podemos seguirlas matando por acción o por omisión.
moisesmolinar@hotmail.com
Twitter: @MoisesMolina
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