Ahora que hemos estado recorriendo el estado, comenzando por las colonias de su ciudad capital, atestiguamos la gravedad del problema que tiene Oaxaca.
Oaxaca requiere un cambio agravado, es decir, con urgencia. La última visita al estado la di siendo funcionario público antes de terminar 2010 y veo con tristeza que muy pocas cosas han cambiado en los municipios que he visitado últimamente. Si ha habido cambios, no han sido del impacto que un estado como Oaxaca merece.
¿Cuáles son los motivos? No quiero prejuzgar, pero es innegable que tienen que ver con los dineros: o no llegan, o son muy pocos; o simple y sencillamente se los roban.
Pareciera que Oaxaca poco a poco se insensibiliza, le han inoculado ese poderoso anestésico contra la capacidad de indignarse. Aterrado, me encuentro con gente para quien una licencia a la ética pública es normal y hasta justificable. Es válido robar, a condición de que no sea mucho, o peor aún, a condición de que “salpiquen”; “que robe pero que trabaje” dicen otros.
¿En qué clase de demonios se están convirtiendo los ciudadanos? En los demonios de un apocalipsis cívico. Hemos dejado pasar desapercibida en nuestros análisis una rara y perniciosa clase de ciudadanos en expansión: aquella a la que pertenecen quienes participan en política, votan y hasta se afilian a y milita en un partido político, sin tener conciencia política, ni siquiera conciencia cívica. O la de aquel que, sin estar afiliado a partido político alguno, espera recibir y hasta exige de varios de ellos y de sus actores, apoyo incontestable para fines personales.
Si está bien o está mal, no voy a juzgarlo yo. Me limito a exponer que es un reflejo de la descomposición; una manifestación de la espiral del desprecio. El desprecio que los políticos electoreros han desarrollado por sus “víctimas” se prolonga en más desprecio de sus víctimas convertidas en victimarios. El político desprecia a su elector y el elector desprecia a sus políticos.
La política – y seguramente coincide conmigo, amable lector- es de los vocablos con mayor número de acepciones, pero si lográramos conjuntar en un solo volumen la totalidad de ellas, ninguna correspondería a lo que la clase política hace en Oaxaca.
Normalmente en una polémica, en un debate, en un desencuentro entre dos partes, una tiene la razón. Oaxaca pareciera el único lugar en el mundo donde todo mundo toma partido de un debate donde ninguna de las partes parece tener razón. Si no, hay que ver lo que acaba de pasar en el congreso a propósito de los nuevos nombramientos; o en la calle entre la CNP y la CTM.
¿Cómo pretender tomar partido por alguien cuando hay un muerto de por medio? ¿Por qué luchaba ésa persona cuando aún vivía? En un estado de normalidad nadie tendría que morir por un contrato de trabajo. Nuestros sindicatos cada vez más se parecen a pandillas de la mara salvatrucha. Solo nos falta verlos con su emblema tatuado en el rostro. ¿Y saben qué es lo peor? Que sin tener razón, tienen razones de sobra.
En el congreso, al final, no tuvo razón ni quien impuso los nombramientos, ni quienes se opusieron a ellos. ¿Cuál fue visiblemente el motivo de la “crisis” parlamentaria? ¿Los perfiles que solo conocemos quienes les hemos tratado? No.
¿El procedimiento? Por favor! El motivo fue el dinero. Al menos así lo posicionaron los medios. El congreso se ha convertido desde hace mucho tiempo en una pista de baile para los portafolios y las mochilas de dinero. Y el hambre de la bestia nunca decrece. Pareciera que es progresiva.
¿En las colonias y los barrios, que pasa? Ese desprecio se vivifica. Nuestra gente ya aprendió. Ahora ya no solo recibe lo que le den; ahora busca a todos y les pide. La función del líder de la colonia ya no es de mediador en el intercambio de apoyos por votos; ya es un mediador en el trueque de apoyos por (en muchas de las veces) nada. Y por ello serán más, a partir de ahora, los políticos que ya no den nada o busquen dar lo menos posible. “Ya estuvo de que nos vean la cara” reclamarán indignados. Y se seguirán buscando más formas de perpetuar estas relaciones basadas en el engaño.
¿En qué momento llegamos a poner como base de la actividad más noble que pueda existir, el engaño y el desprecio? Dígame –amable lector- qué tan mal estamos.
No nos queda, sin embargo, a los pocos que nos queden ganas (y muchas ganas), más que hacer lo correcto. Despertar cada día con la intención de que las cosas cambien, con la visión de que todo puede ser diferente, con el entusiasmo de ver al prójimo como algo más que una boleta electoral con cuerpo o un signo de pesos con cabeza. Si las cosas no cambian, no importa; de cualquier forma habremos ganado. Sentiremos la satisfacción personal de marcar la diferencia, esa satisfacción que no se compra con todo el dinero del mundo.
*Delegado Nacional del Partido Verde ecologista de México en el Estado de Oaxaca
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