Moisés MOLINA
¿Cómo olvidar “El callejón de los Milagros”? ¿Quién no recuerda la Ley de Herodes? ¿Quién no vio “El crimen del padre Amaro”? Esta última, la película más taquillera en las historia del cine mexicano. ¿Por qué, entonces, casi nadie de quien las vio sabe quién fue Vicente Leñero? Si ubican el nombre, seguramente es, para no variar, porque acaba de morir y muchos no terminan de explicarse por qué fue noticia nacional. Las 18 películas, cuyos guiones escribió, son probablemente, la parte más modesta de su legado.
Leñero escribió el guión de las dos primeras y adaptó para el cine, respecto de la segunda, la novela original de José María Esa de Queiroz escrita en 1900.
Es natural. Novelista, guionista, periodista, dramaturgo y por si algo faltara, ingeniero civil de profesión, Vicente Leñero era una especie de eslabón perdido; como todos los genios, lleno de aparentes contradicciones y contrastes. Intentaron atraparlo en un falso dilema. Para los periodistas era un escritor y para los escritores era un periodista. Aunque quizás el dilema no era tan falso y lo resolvió él mismo cuando en entrevista para Letras Libres confesó: “No soy un escritor, aunque he escrito muchas cosas, la mitad debí no haberlas escrito”.
A la par que estudiaba Ingeniería civil, se inscribía en la Carlos Septién a estudiar periodismo.
Si Justo Sierra fue un liberal conservador, Leñero fue un Laico católico. Fue Lasallista, su círculo cercano de amigos entre quienes se encontraban Gabriel Zaid y Javier Sicilia eran también católicos, aunque en modo diferente. ¿Cuál era el contraste? ¿Cuál fue la razón de fondo de su distanciamiento con Zaid? Creo que se puede resumir en sus propias palabras; en “El evangelio de Lucas Gavilán escribió: “Lo único que puedo decirle y hasta jurarle es que hay ateos más cristianos que los cristianos, y cristianos más ateos que los ateos”.
“También los laicos somos iglesia católica y tenemos el derecho de señalar y denunciar, hasta despotricar, lo que ocurre en nuestra realidad religiosa”, le confió a Silvia Cherem en entrevista.
En lo personal, confieso que tengo una especial empatía con los hombres de letras que escriben de futbol y Leñero nos regaló “Así juegan”, no obstante su deporte favorito era el beisbol.
Leñero fue uno de los Fundadores de Proceso. Terminado el sexenio de Luis Echeverría, la nueva revista que reagrupaba a los expulsados de Excélsior pudo haber tenido otro nombre. Leñero quería que le llamaran “Expresión”, pero prevaleció “Proceso”, que había sugerido Enrique Maza.
A pesar de sus contrastes y –como expuso hace unos días Luis de Tavira a la audiencia de Carmen Aristegui- de su pasión por la verdad, Leñero fue de esa extraña especie del hombre de letras que no le tiene fobia a los políticos. Sus razones, nadie las podría resumir con tanta maestría como él mismo: “…a mí tampoco me gusta mucho acercarme a los políticos... a los poderosos... pero entonces, ¿cómo vamos a conocerlos? Hay que verlos de frente, respirarlos, descifrarlos, y después escribir de ellos para los lectores”, explicaba a Martín Moreno mientras desayunaban FIL de 2006 en su natal Guadalajara.
Leñero se une a esa cauda de inmortales escritores de páginas sin tiempo y sin edad, de héroes culturales, de justicieros a pluma armada.
Bellas Artes no podía ser mejor escenario para despedirlo. “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Ahí estaba Leñero, de vuelta al polvo. En la estrechez de su urna cupo la inmensidad de su herencia cultural.
Descanse en Paz Vicente Leñero.
Twitter @MoisesMolina
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