LA X EN LA FRENTE
Moisés MOLINA
PARTICIPACIÓN CIUDADANA Y DESARROLLO DEMOCRÁTICO (II DE IV PARTES)
CAPÍTULO II. EL MODELO DE LA DEMOCRACIA.
2.1 Democracia Representativa.
Existen en la actualidad pocos conceptos que demuestran tan prototípicamente la verdad de uno de los razonamientos del Doctor italiano Roberto Ehrman Fiorio, de que “los conceptos más importantes en la política y en la economía modernas, a partir de siglo diecisiete, son totalmente nuevos o han cambiado radicalmente de significado” . Democracia es uno de ellos. Y es que la asombrosa multiplicidad de significaciones o definiciones que se le atribuyen, termina por confundir a más de un estudioso.
En medio del mar de textos que en torno a “la democracia” se han escrito, uno de los más recomendados a quien esto escribe lo ha sido “Teoría de la Democracia” de Giovanni Sartori, obra que a mi juicio aporta una buena base al tratamiento de nuestro tema. Más que elocuente es el epígrafe que el autor escogió para su primer capítulo, tomado de “La democracia en América” de Tocqueville:
“Es nuestra forma de utilizar las palabras democracia y gobierno democrático la que produce mayor confusión. A menos que se definan claramente esas palabras y se llegue a un acuerdo sobre las definiciones, la gente vivirá en una inextricable confusión de ideas, para beneficio de demagogos y déspotas”
Y es que el problema de la definición de la democracia no es un asunto menor. Resulta preocupante que “entre las condiciones para la democracia la que menos se invoca es que las ideas erróneas sobre la democracia determinan que la democracia funcione mal”
No obstante, proponer Sartori y en consonancia con él, Miquelangelo Bovero , una definición de democracia sin adjetivos y Bobbio alejarse implícitamente de los calificativos en su famosa definición procedimental de democracia , la realidad demuestra que en el lenguaje cotidiano y semi especializado, es imposible prescindir de los calificativos entre otras razones, porque facilitan la comprensión de nuestras prácticas políticas. Entre las diferentes adjetivaciones de la democracia, tal vez la más popular en nuestros días es la de “representativa” y Bovero sugiere que el estudio de esos calificativos sea abordado binariamente, en parejas antagónicas. Así, a la democracia directa se opone a la representativa, caracterizada la primera, por ser “aquella en la que los ciudadanos votan para determinar, ellos mismos, el contenido de las decisiones colectivas” y la segunda por ser “aquella en la que los ciudadanos votan para determinar quién deberá tomar las decisiones colectivas, o sea, para elegir a sus representantes”
México no escapa a este aserto. Más la escasa participación de la ciudadanía en ciertas jornada electorales – especialmente en procesos electorales intermedios o no concurrentes- han llevado a buena parte de la comunidad académica a sugerir un déficit de legitimidad de los representantes o funcionarios ejecutivos electos. Ese es el origen principal de las voces que por un lado proponen modificaciones legislativas que coercionen al ciudadano a votar, es decir que la norma constitucional que establece el sufragio como una obligación deje de ser imperfecta por carecer de sanción.
La institución fundamental, común a todos los regímenes democráticos contemporáneos, incluido el nuestro, es la elección de representantes por medio de sufragio universal, independientemente de si realmente las democracias representativas, como actualmente las conocemos en casi todos los países del mundo, representan la mejor opción para la vida de nuestros pueblos o por el contrario es necesario que nuevas o recicladas o parcialmente recicladas formas de democracia, arriben a los escenarios políticos de los Estados contemporáneos. Procedimientos de democracia semi directa son también los que se proponen, con el afán de brindar oxígeno de legitimidad a las decisiones que los representantes electos toman.
2.2. Procedimientos de democracia semidirecta.
Un punto interesante a discutir, lo representa la participación que las masas o los públicos tienen de hecho en las democracias representativas como la Mexicana y por supuesto la Oaxaqueña. Uno de los valores en que la democracia como forma de gobierno se sustenta es la participación. Sin embargo una vez más hemos sido testigos del paulatino distanciamiento entre la teoría y la realidad, de modo tal que dicha participación se ha visto reducida al simple acto de emitir un sufragio el día de la jornada electoral.
Alaine Touraine ha visto con preocupación este fenómeno de retroceso de los estados democráticos. Este retroceso –dice-
“entraña una disminución de la participación política y lo que justamente se denominó una crisis de la representación política. Los electores ya no se sienten representados … muchos individuos se sienten más consumidores que ciudadanos y más cosmopolitas que nacionales … o cierto número de ellos se sienten marginados o excluidos de una sociedad en la cual no sienyen que participan por razones económicas, políticas, étnicas o culturales”.
Probablemente ello no tenga del todo puntos acremente criticables. Probablemente lo que se sacrifica en el grado de participación directa de los ciudadanos en la solución de los asuntos de la res publica, se gana en gobernabilidad, estabilidad y dosis necesarias, sino es que imprescindibles en un mundo capitalista neoliberal, de paz social.
Lo curioso, es que efectivamente como afirma Sartori, “la apatía o la despolitización está muy extendida” y ello orilla a todo aquel que se interese por los asuntos públicos, a cuestionarse si realmente los ciudadanos de este país ejercemos la democracia, nuestra parte de democracia y hasta qué punto. Cuestión del todo preocupante, si tomamos en cuenta que en las democracias representativas, el esfuerzo de toma de decisiones es considerablemente menor al que se presentaría en las participativas.
Los procedimientos de democracia semidirecta bien podrían representar una válvula de escape al sentimiento colectivo de insignificancia participativa que arrastra a los ciudadanos hacia la apatía por todo cuanto tenga que ver con política. Y es por ello menester que nuestro andamiaje constitucional federal se complemente con tales procedimientos como ya lo han hecho algunas entidades federativas en el seno de sus propias constituciones. El referéndum, el plebiscito y la iniciativa popular debían ser desde ya alternativas a considerarse por nuestro poder legislativo federal, como un dique al descontento popular que, en buena medida, se genera por una negación tácita del derecho de los ciudadanos a participar (confirmando o rechazando) en la toma de decisiones. La experiencia en otras partes del mundo ha demostrado que si los niveles de cultura política de la ciudadanía son aceptables, estos procedimientos redundan en una vida democrática de mayor calidad:
“En las sociedades modernas que practican la democracia representativa, , sin embargo la ciudadanía interviene en la toma de decisiones no solo a través de la designación de sus representantes populares y de los responsables de los órganos ejecutivos, según se trate de un régimen parlamentario presidencial o semipresidencial; sino también mediante otros procedimientos que se combinan con las instituciones de la democracia representativa … se trata, por tanto, de procedimientos de participación ciudadana conocidos como de democracia semidirecta para distinguirlos de los procedimientos propios de la democracia directa y de la democracia representativa”
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