jueves, 3 de octubre de 2013

2 DE OCTUBRE SÍ SE OLVIDA

“Solamente los anarquistas, sabrán que somos anarquistas

y les aconsejaremos que no se llamen así para no

asustar a los imbéciles.”

Ricardo Flores Magón


La conmemoración del 2 de octubre es una advertencia de lo que no puede volver a ocurrir en este país; es la negación de un México que se ha ido y que no debe volver. Y ese México que se ha ido, no tiene que ver en su raíz con la voluntad o el capricho de los gobernantes en turno sino con la innegable transformación de la sociedad.


Los fantasmas de la desigualdad, de la exclusión, de la falta de oportunidades y de la injusticia social aún nos rondan, pero hay otros que han ahuyentado las sucesivas generaciones de derechos humanos y la capacidad organizativa de la sociedad civil.


El 2 de octubre es el referente de uno de los episodios más oscuros de nuestra historia, el más negro, quizás, de nuestra historia reciente. El 2 de octubre es represión, es muerte, es autoritarismo; es el Estado contra los estudiantes; y son los estudiantes, como voz y voluntad del México de aquellos tiempos.


Pero ¿qué se pretende hacer del 2 de octubre? ¿Cuál es el referente de esta fecha el día de hoy? No se trata de que la fecha nunca se olvide; se trata de cuidar su significado, de que la conmemoración no se desvirtúe, de que su memoria no se manche.


Esta y las próximas generaciones no olvidarán el 2 de octubre, sin duda. Pero le recordarán como algo que nada tiene que ver con 1968. Lo que debe ser una fecha que mueva a la reflexión, hoy mueve al repudio y a la reprobación de la destrucción, el saqueo y la agresión.


El 2 de octubre debía ser una fecha esperada por todos los mexicanos para patentizarle al mundo y comunicar entre los propios que tenemos memoria histórica y que el derecho a la libre reunión y a la libre manifestación de las ideas, están entre nosotros para no irse. Lejos de ello, el 2 de octubre se ha convertido en fecha que llama a la zozobra y al morbo; en que anticipamos desde el día previo el recuento de los destrozos, de las pintas, del saqueo, de las pérdidas.


Los menos se imponen sobre la vocación pacífica y cívica de los más. Son inútiles las invitaciones de los miembros del “comité del 68” a marchar pacíficamente. Una minoría, parece esperar todo el año, para dar, ese día, rienda suelta al vandalismo. Bien saben que saldrán impunes y que, de haber consecuencias, esa mayoría pacífica y ejemplar, los defenderá generosamente.


Para los organizadores de esta y otras marchas, basta con deslindarse, y en algunas ocasiones, “condenar enérgicamente” la violencia, aunque, bien sabemos, no sirve de nada. Los resultados son los mismos y se repiten.


¿Tiene sentido condenar la violencia pasada con violencia presente? ¿No es aberrante imponer el ímpetu destructor de quienes en 1968 aún no nacían a la vocación cívica de quienes vivieron en carne propia esos días? ¿No es contradictorio que quien destruye y agrede se autodenomine anarquista, cuando el anarquismo es en esencia libertad, rebeldía, solidaridad, autogestión, pero no violencia, ni destrucción, ni robo? En nombre de De Bakunin, Kropotkin, Reclus o del mismo Cipriano Ricardo Flores Magón, que alguien les pida que se autonombren cualquier otra cosa, pero no anarquistas.


En Oaxaca conocimos imágenes preocupantes de una policía “encapsulada”, arrinconada por la turba. Superados en número –y aunque no fuera así- tenían la orden de resistir, de no defenderse. ¿Cómo podemos pedir a los agentes del orden “proteger y servir” cuando no pueden protegerse ellos mismos?


Pareciera que nuestros policías han cambiado ya la orientación de su preparación. Ya no es para resguardar el orden, ya no es para proteger ni para servir; pareciera que tienen que aprender ahora “técnicas” para resistir, no solo los golpes, sino además la humillación. Que ¿los policías no tienen derechos humanos?


El policía es el referente inmediato de la autoridad en cualquier sociedad. ¿Qué mensaje mandan nuestros policías a la ciudadanía? Un mensaje de impotencia no es solo preocupante, sino grave. Estas cosas pasan cuando por “tolerancia” y por “represión”, la autoridad entiende cosas que no corresponden a la realidad de esos conceptos.


Pero es entendible que el gobernante, más que a nada, le tenga miedo al costo político.


Pero nuestra sociedad es tan noble que ha demostrado sorprendente capacidad de soportar esto y más. Nuestros policías son un reflejo de nuestra ciudadanía, que se está acostumbrando a la resignación. Se está volviendo normal que las minorías se impongan cuando son violentas. La vocación pacífica del oaxaqueño hace que prefiera cualquier cosa antes que la violencia, aunque al final la consecuencia sea invariablemente violencia.


El 2 de octubre se está olvidando, aunque el día sea omnipresente. Se olvida su significado, su simbolismo. Cada vez se aleja un poco más de Tlatelolco; cada vez se piensa un poco menos en los por qué. Cada vez menos, el 2 de octubre aporta una lección de pasado para el futuro y aparece como una lección -que no se aprende- del presente para el presente.


Es el día de “madrear” policías, esos “perros del gobierno” –leía en facebook-, es el día de matar al “Estado”, de matar al “gobierno”, de matar o de sacar al Presidente en turno y desde luego, de dar rienda suelta a lo más antisocial del ser humano. El 2 de octubre se ha convertido en una contra conmemoración, en un contra homenaje.


Lo publiqué en mi cuenta de twitter y lo comparto ahora con ustedes: “Mientras resolvemos nuestros desencuentros con la pobreza, la exclusión y la injusticia social, necesitamos la aplicación irrestricta de la ley”.


El 2 de octubre no debe ser recordado por las futuras generaciones como el día en que no hay que salir a las calles. El 2 de octubre no debe ser el día de la muerte, sino el día de la resurrección. Rescatemos su honra.

Twitter: @MoisesMolina

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