viernes, 13 de diciembre de 2013

EL ÁRBOL DE NAVIDAD




¿Qué está pasando en México? Las imágenes nos abruman. Independientemente de la antipatía que conciten, Televisa y TV azteca siguen siendo dueñas de la percepción de la inmensa mayoría de los mexicanos y en México pasa lo que pasa en sus canales.


Y no hay sesgo, ni manipulación, ni teoría conspiratoria que se imponga a la crudeza de las imágenes que esta noche de viernes nos regalaron sus noticieros estelares. El incendio de un enorme árbol de navidad y la golpiza a un ciudadano en los torniquetes del metro, dieron la vuelta al país y seguramente al mundo, mostrando esa parte de México que nos duele.


Esas imágenes dicen más de lo que muestran. Hablan de un México donde la protesta es pacífica mientras no exista alguien que proteste pacíficamente contra la protesta. Miren que ganar una golpiza por decidir pagar el boleto para entrar al metro no tiene calificativo. Con el aval de la autoridad los ciudadanos, para salvaguardar su integridad física, tienen que ir en contra de su conciencia y hacer lo indebido; sumarse a la turba, abrazar la sin razón.


¿Por qué quemar un árbol de navidad? Si la navidad representa lo mejor que puede haber en cada ser humano; si la navidad es paz, concordia, amor, unión y cualquier cosa que a usted – amable lector- le anime a decorar su casa con luces y figuras. Muy probablemente quienes le prendieron fuego, no lo hicieron en razón de lo que el árbol de navidad representa. Y ello es más grave aún. No vieron el árbol, solo vieron una gigantesca estructura combustible.


Pareciera que todo es accesorio a la violencia, que la violencia, en todas sus formas, se ha colocado en el centro de nuestras vidas, la pública y la privada. La violencia nos circunda y tenemos que aprender, quienes queremos vivir en paz, el arte de eludirla.


No es posible que vivamos únicamente aspirando a la paz (a que no haya marchas, bloqueos, manifestaciones, levantones, secuestros, robos, homicidios) cuando la vida debe ser algo mejor que solo paz.


La violencia de palabra o acción restringe nuestra capacidad de amar; nos limita como seres humanos enteros. No basta con amar a papá, a mamá, a nuestros hijos, familiares y amigos cercanos, necesitamos amar a todo aquel o aquello que comparta con nosotros el milagro de la vida.


La concordia no está en manos de la autoridad, simple y sencillamente porque cada vez la autoridad lo es menos. A la autoridad ya no se le respeta ni mucho menos se le teme. Alcanzan a ver nuestros ojos lo que bien puede ser el principio de un apocalipsis cívico: a la autoridad se le desprecia.


¿En qué momento el que manda dejó de ser uno de nosotros? ¿En qué momento el poder quitó, a quienes lo detentan, la calidad de seres humanos? ¿Cuándo fue que quienes debemos respetarles, decidimos ir de palabra y acción contra ellos?

¿Cómo podremos vivir de nuevo en armonía?


Dos cosas son ciertas: la solución ya no está en manos de la autoridad y la solución no puede pasar por la violencia.


El cambio está en cada uno de nosotros, es ejercicio y responsabilidad personalísima. Hay quienes deciden transitar el camino de la violencia y yo no puedo juzgarlos. Pero habemos quienes decidimos transitar el camino de la paz y las virtudes cívicas y tampoco habremos de ser juzgados.


Estamos a la mitad de diciembre. Es un excelente tiempo para pensar en lo que somos y en lo que queremos ser, para entender el lugar que el poder, el dinero y las relaciones deben ocupar en nuestras vidas.


Si terminamos este año siendo capaces de vivir nuestras propias vidas y no las vidas de los demás; si dejamos de obrar y opinar en función de lo que otros hagan o dejen de hacer o decir, estaremos abonando una parte importante del suelo de la felicidad.


Es diciembre y los propósitos de año nuevo deben volver a tomarse muy en serio.


@MoisesMolina

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